El proyecto “Albergo ético” nació en Italia en 2012 y hace unos meses llegó a la Argentina,
CORDOBA. El proyecto “Albergo ético” nació en Italia en 2012 y hace unos meses llegó a la Argentina, más precisamente, a Villa Carlos Paz. El hotel “El Cid” de esta provincia será el segundo en el mundo (el primero en el país) en incluir entre sus trabajadores a personas con síndrome de Down y discapacidad intelectual. El antecedente es el de Asti, en el Piamonte italiano, que incluye una “academia de independencia”. El objetivo local es replicar la experiencia completa.
Amante de las motos, hace cuatro años que Mauro Dagna recorre el mundo en una y, en paralelo, promociona el proyecto de “Albergo ético”. En 2012 decidió dejar su trabajo en una multinacional y sumarse como promotor de la iniciativa de Antonio Di Benedetto, dueño del restaurante Tacabanda en Asti, que desde 2006 empleaba a jóvenes con diferentes grados de discapacidad.
Niccoló, de 17 años y con síndrome de Down, llegó en 2006 al restaurante a realizar una pasantía de dos semanas como parte de sus estudios en una escuela de hotelería. Por la evolución que su familia notó, pidió extender el plazo. Siguió hasta 2012, cuando terminó su carrera y se incorporó como empleado

“Si la experiencia con Niccoló funcionó, también podría hacerlo con otros -cuenta Dagna a LA NACION-. Surgió una asociación para darle forma a la propuesta y después vino ‘Albergo Ético’, que es la idea que llevamos por el mundo”.
Lucía Torres, mamá de Bruno de 10 años con síndrome de Down, y creadora de la Fundación Unidos por la Inclusión Social (Upis), escuchó una conferencia de Dagna en marzo del año pasado en Carlos Paz. Por experiencia propia sabía que lo que promocionaba el italiano era verdad.
“El papá de Bruno tiene un hotel, donde él nació y se crió -dice Torres-. Desde siempre vi cómo lo había beneficiado en su socialización, cómo desde muy chiquito aprendía cosas jugando. Y pensé ‘si para él fue bueno siendo tan pequeño, por qué no extenderlo’. Más en Carlos Paz, una ciudad turística, ideal”.
Cómo se adaptó el proyecto

El hotel de Asti es una cooperativa integrada por cinco empresarios y cinco jóvenes con síndrome de Down. Con el aporte de una fundación privada pudieron reformar un edificio de 20 habitaciones para huéspedes y cuatro para la academia de la independencia. En seis años pasaron por allí 80 personas.
“No abandonamos la idea original, pero arrancamos con esta adaptación”, señala Torres. Cuando abrieron la convocatoria se presentaron 20 aspirantes. Hace un mes que cinco trabajan en el hotel. El principal desafío fue la forma legal a adoptar. Por ahora usan el plan nacional “Promover” que admite capacitaciones por seis meses cinco días a la semana cuatro horas diarias con una remuneración a cambio.
Natalia Robledo, de 19 años, Lautaro Andrada, de 26 y Gabriel Panero, de 38 tienen síndrome de Down. Daniel Regueiro, de 34, y Sonia Genesio, de 38, tienen retraso mental moderado. Ninguno tenía experiencia laboral previa.
Gabriel pasó por la cocina, el bar y ahora está en mantenimiento. “También hice de maletero. Me gusta porque hay propinas y siempre es lindo una moneda más en el bolsillo; todo lo que hacemos es útil”. Su compañero Daniel -ahora en mantenimiento- se entusiasma contando su paso por la cocina. Se define como especialista en budín inglés y pollo con papas dorados. “A donde vaya voy a estar bien porque me gusta trabajar y aprendiendo”, asegura.
Sus vidas son como la de la mayoría de los chicos con alguna discapacidad, según indica Torres. “Pasan tiempo en centros de día e institutos y aprenden, pero no tienen donde aplicarlo”, explica. La ventaja de un hotel es que les permite poner en marcha habilidades que, en gran medida, son las mismas que se necesitan para vivir de manera independiente. Además, en la recepción se vinculan con gente.
Todos los involucrados enfatizan que la iniciativa no se limita a la inclusión laboral; no se trata de dar trabajo en un hotel, sino de que ganen autonomía. El programa global se llama Download. “Lo revolucionario es que los hace independientes, aprenden a no depender de sus familias o del Estado; como papás eso es lo que siempre pensamos ‘qué va a pasar con ellos cuando no estemos’. La idea es que estén preparados para el mundo”, sostiene Torres.
La emoción de aprender

“Estoy súper contento. Estoy haciendo cosas interesantes que me sirven y aprendo”, apunta Lautaro, quien después de ser mozo ahora es ayudante en mantenimento. Natalia también atendió en el bar y ahora es responsable de arreglar las habitaciones. “Es lindo conversar con la gente”, cuenta.
Un contingente de jubilados fue el primero en encontrarse con los pasantes en “El Cid”. Serna admite que primero parecieron desconcertados, pero cuando les contaron la experiencia “se emocionaron, aplaudieron, abrazaron a los jóvenes”.
“Atender, preparar las tarjetas de las habitaciones, acompañar a la gente, ayudarlos es muy bueno. Estamos en un grupo muy lindo. Disfrutamos”, señala Sonia.
Torres añade: “Los prejuicios son nuestros. Ellos no tienen temores. Sí estaban muy ansiosos por empezar. A medida que pasan los días, van ganando en autonomía y seguridad”.
Tres hoteleros más de Carlos Paz están listos para incorporarse a la iniciativa.