Trump impuso aranceles del 145% y China respondió con el 125%. Mientras los mercados tiemblan, Washington promete “estabilidad comercial”.
En apenas 10 días, Estados Unidos y China convirtieron un conflicto comercial en una guerra arancelaria sin precedentes. Trump elevó al 145% los aranceles a productos chinos; Xi Jinping contestó con un 125%. Las bolsas se desploman, los mercados tiemblan y las promesas de “control” suenan más a fe que a estrategia.
Origen del conflicto: cuando el comercio se volvió revancha
Todo comenzó el 2 de abril, cuando Donald Trump proclamó el “Día de la Liberación” económica y, con tono épico, anunció un arancel universal del 10% para todas las importaciones. A excepción de sus aliados del norte: Canadá y México. Pero lo más fuerte vino después: un arancel adicional del 34% sobre productos chinos, dejando la tasa final en 54%. No fue un gesto aislado, sino el primer movimiento de una escalada vertiginosa.
El impacto fue inmediato. Al día siguiente, Wall Street sufrió su peor caída desde la pandemia. Lejos de calmarse, el conflicto se aceleró. El 4 de abril, China respondió con un arancel espejo del 34% para importaciones estadounidenses. Y los mercados, como si hubieran despertado de un sueño neoliberal, volvieron a caer. El efecto dominó se extendió hasta el 7 de abril, cuando Asia y Europa vivieron la peor jornada bursátil desde 2008. En Hong Kong, incluso desde 1997 no se veía un derrumbe así.
Trump, fiel a su estilo, respondió con más fuego: subió al 104% el arancel a China el 8 de abril y lo elevó aún más al día siguiente, al 125%. Pero no terminó ahí: la Casa Blanca aclaró que, sumando el 20% aplicado en enero, el total alcanzaba el 145%.
Respuesta institucional: discursos de acero, mercados de papel
Desde Washington insisten en que estas medidas son necesarias para proteger la industria estadounidense. “Estamos asegurando la prosperidad del trabajador americano”, dijo un portavoz de la Casa Blanca. Mientras tanto, los mismos trabajadores miran con preocupación el aumento de precios en insumos básicos.
En Pekín, el relato es similar pero invertido. “China no se arrodillará ante presiones unilaterales”, aseguró un vocero del Gobierno de Xi Jinping. Sin embargo, empresas chinas exportadoras ya reportan caídas del 18% en contratos internacionales. Las autoridades prometen “resiliencia”, pero en los parques industriales del sur del país, las fábricas recortan turnos.
Ambos gobiernos hablan de “soberanía” y “estrategia”, pero actúan como jugadores de póker apostando todo con cada carta. Mientras tanto, los mercados —menos ideológicos que los presidentes— ajustan precios y huyen del riesgo.
Impacto humano: detrás de los porcentajes, personas
En una planta metalúrgica de Ohio, John, supervisor de línea, resume el sentimiento de muchos: “Trump dice que nos protege, pero si el acero chino sube tanto, ¿quién va a comprarnos algo? Todo se frena”. Ya se anuncian suspensiones temporales en varias industrias del Medio Oeste.
Del otro lado del Pacífico, Lin, empleada de una empresa textil en Shenzhen, cuenta que desde el 5 de abril trabaja día por medio. “Nos dijeron que no hay pedidos. Y eso que aún no llegó la temporada fuerte”, dice. En la misma zona, las exportaciones a Estados Unidos cayeron un 22% en una semana.
Los números no mienten. Los pasillos, tampoco. Los bancos centrales intentan calmar a los inversores, pero los inversores ya leyeron la jugada. Mientras tanto, la Unión Europea también decidió intervenir: impuso aranceles del 25% a más de 1600 productos estadounidenses. El conflicto dejó de ser bilateral para convertirse en una batalla global.
En nombre de la independencia económica, las potencias están sembrando inestabilidad global. Mientras Trump habla de defensa nacional y Xi de dignidad comercial, los mercados entran en shock y los trabajadores pagan los platos rotos.
¿Cuánto resistirá un sistema que se dispara en los pies mientras dice defenderse?