David Leiva baja del escenario y pisa el barro electoral

Promete volver a los barrios tras inaugurar una cancha en el 17 de Mayo. Mientras tanto, denuncia campaña sucia y trolls: “Van a ir al negro, al cumbiero”.


David Leiva, diputado provincial y candidato a concejal capitalino, arrancó su campaña con una postal típica: abrazos, promesas y fotos en un barrio periférico. En paralelo, denuncia una avanzada de trolls que apuntan a su origen popular y a su paso por la cumbia: “Quieren sembrar dudas, como siempre”, advierte.

Una cancha, mil intenciones

La escena podría repetirse en cualquier rincón del país, pero ocurrió en el barrio 17 de Mayo, al sur de la capital salteña. Allí, entre reflectores recién instalados y pelotas de fútbol, David Leiva se mostró con el intendente Emiliano Durand y otros concejales oficialistas. No fue casual: la cancha, símbolo de inclusión y deporte, también fue el escenario perfecto para exhibir cercanía, territorio y, sobre todo, presencia.

Con más micrófonos apagados que encendidos, Leiva busca que su apellido vuelva a resonar, pero esta vez en clave política. Atrás quedaron los escenarios musicales que lo consagraron como referente de la cumbia norteña. Hoy, su apuesta está en las veredas rotas, los potreros, las esquinas donde la política rara vez vuelve después de las fotos.

La promesa que siempre vuelve

“Voy a volver y los voy a escuchar”, dijo antes de irse, mientras los niños aún corrían detrás de una pelota y los adultos lo saludaban con una mezcla de afecto y desconfianza. La postal es conocida: candidato que se acerca, inaugura, sonríe, promete y parte. La diferencia, según Leiva, es que él no pretende actuar. “Esto no es show”, repite.

Pero la pregunta inevitable se filtra entre los vecinos: ¿cuántas veces se volvió después de las luces y los flashes?

Campaña sucia y trolls: el otro juego sucio

Mientras en el 17 de Mayo se celebraba la iluminación, en las redes sociales la cosa se enturbiaba. Leiva ya lo advirtió: teme una embestida digital, con ataques dirigidos a su historia personal, su cuerpo y su origen.

“Van a ir al negro, al cumbiero, al que no saben si estudió o no”, denunció semanas atrás. No es paranoia. En otras campañas, ya lo etiquetaron con desprecio, lo ridiculizaron con memes y le soltaron operaciones anónimas para minar su credibilidad. “Miente, miente, algo quedará”, lamenta, repitiendo la lógica que lo persigue cada vez que se lanza a disputar un cargo.

Mientras tanto, en su entorno apuntan al mismo grupo de siempre: trolls pagos, operadores de pasillo y algún que otro resentido con Wi-Fi.


David Leiva quiere dar pelea desde el barro, no desde el atril. Se abraza a los barrios y esquiva los teclados venenosos. Pero en la política salteña —como en la cancha— no alcanza con mostrarse: hay que volver, escuchar y bancar el segundo tiempo.

¿Cuánto pesa la cumbia frente a la rosca? ¿Y cuánto dura una promesa antes de que se corte la luz en la próxima cancha?

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