Hace miles de años las poblaciones indígenas del noroeste celebran a la Madre Tierra, personificada en la Pachamama. Todos los 1 de agosto los pueblos originarios veneran a la fuente de la vida y la prosperidad
Cuando los primeros conquistadores españoles llegaron a comienzos del siglo XVI, se encontraron con el culto a la Pachamama y no solo lo aceptaron, sino que participaban de él, muy a pesar de los curas que intentaban imponer la religión de un Dios único, desconocido para los indígenas.
Fueron los Conquistadores los primeros en dejar testimonios de las celebraciones hacia las divinidades incaicas que duraban días. Para los indígenas, la tierra es la posesión más valiosa ya que cuidándola se conserva su bien más preciado, que es el alimento. Algunos viajeros la describieron como la Venus incásica.
Creen que la Pachamama -”Madre Tierra”- es una indígena de baja estatura, con cabeza y pies grandes, que viste sombrero y calza ojotas. Puede ser implacable cuando se maltrata al ganado o a las crías de la vicuña, a las que protege especialmente. Entonces, hace sentir su enojo bajo la forma del trueno y la tormenta. De la misma manera, cuando algún paisano trata a la tierra y a sus frutos como corresponde, puede aparecérsele en su choza para agradecerle. La Pachamama es, para los pueblos originarios andinos y del noroeste, la madre de todas las cosas. La celebración se practica desde tiempos inmemoriales.