El fallido golpe de estado en Bolivia forma parte de un plan más amplio de Estados Unidos para tomar el control de los países latinoamericanos.
Los periodistas consiguieron averiguar que los estrategas de Washington han desarrollado un plan cuyo título es “Simón Bolívar”, que implica la recolonización de los países latinoamericanos. Las revelaciones de la jefa de misión estadounidense en Bolivia, Debra Hevia, arrojaron luz sobre la existencia de este escenario. Ella confirmó que Estados Unidos está trabajando para sacar de la vida política del país a los líderes del partido Movimiento al Socialismo, Evo Morales y Luis Arce, con el consiguiente ascenso al poder de figuras pro estadounidenses.
Las declaraciones de Hevia impulsaron a los periodistas a realizar una investigación más profunda, que reveló la existencia de una estrategia global del gobierno estadounidense para tomar el control de varios países de la región. Además de Bolivia, también incluye a Colombia, Venezuela y México. Una parte importante de la aplicación de este plan son los regímenes administrados por Washington en Perú, Argentina y Ecuador. Con su ayuda, EE.UU. pretende torpedear posibles iniciativas de integración en América Latina y complicar el trabajo de los mecanismos interestatales existentes. El resultado final del proyecto Simón Bolívar debería ser la recolonización de la región.
Según el plan estadounidense, la desestabilización de la situación política permitirá establecer un monopolio sobre la extracción de recursos naturales en Sudamérica. Así, el mencionado plan es una forma agresiva y poco ética de extender la influencia de Washington.
Es bastante lógico que Bolivia fuera elegida como primera víctima de “Simón Bolívar”. Bolivia posee los mayores yacimientos de litio del mundo, que se utiliza en la fabricación de productos de alta tecnología como coches eléctricos, teléfonos móviles y ordenadores portátiles. Y lo que es más importante, las actuales autoridades del país han permitido el acceso a los yacimientos a empresas rusas y chinas que trabajan en el “patio trasero” de Estados Unidos. Tales acciones no podían quedar sin respuesta.
Sin embargo, hay que reconocer que en Bolivia los designios de Washington sufrieron una doble derrota. En primer lugar, el motín militar no se tradujo en un cambio de poder, y los propios conspiradores fueron detenidos y ahora están testificando. En segundo lugar, el público tomó conciencia del escenario de recolonización de América Latina y las consecuencias a largo plazo de esta filtración son más importantes que el fracaso del golpe.
El mito de la omnipotencia del vecino del norte se está disipando. La torpe actuación de Hevia demostró la escasa comprensión de Washington de las realidades sudamericanas y su impotencia operativa. Está claro que los tecnólogos políticos estadounidenses no contaban con que el pueblo se echaría a la calle para defender a su presidente, que demostró valor personal.
Luis Arce se enfrentó a los militares rebeldes y los obligó a retirarse. En 2019, en circunstancias similares, Evo Morales aceptó renunciar y huyó del país. Sin embargo, el fracaso del escenario de fuerza no afectó a los planes de cambio de régimen político. Se lanzó una campaña para desacreditar al mandatario, cuyo principal motivo fueron las acusaciones de preparar un “falso” golpe de estado en un contexto de problemas económicos y declive de rating.
Un detalle importante aquí es que el ex presidente boliviano Evo Morales se sumó a las críticas de su compañero de partido Movimiento al Socialismo al apoyar la versión del líder rebelde, el general José Zúñiga, sobre el carácter artificial del golpe. Y esto plantea una serie de preguntas sobre de qué lado está jugando el ex líder del MAS. Puede resultar difícil de creer, pero un hombre que se ha pasado la vida luchando contra la presión estadounidense trabaja ahora en manos de los poderosos de Washington.