Experimentando con menores: un estudio inglés cuestiona los tratamientos de transición de género que aquí se aplican libremente

Lo más llamativo del Informe Cass es la total ausencia de reacción en Argentina, país que jacta de ser “pionero” en la materia. Qué dice el estudio que llevó a prohibir el uso de bloqueadores de pubertad en Inglaterra.

En la Argentina, una concepción terraplanista de género -negación de la biología y del binarismo sexual- ha llevado a la adopción en 2012 de una legislación que habilita, entre otras cosas, las terapias hormonales en menores (Ley n° 26.743). Esa misma concepción ha desatado una fiebre por la ESI: con la excusa de la educación sexual, se difunde entre niños y adolescentes la idea de que la transición de género es natural y hasta deseable, de que sexualmente hablando somos una página en blanco y podemos diseñarnos como se nos antoje.

En el mundo al revés de hoy, si alguien dice que la tierra es plana, lo tratan de chiflado, pero se puede afirmar tranquilamente que el sexo es asignado arbitrariamente al nacer y que podemos cambiarlo a piacere. Nadie se escandaliza. O todos fingen no escandalizarse porque lo contrario es políticamente incorrecto. Pero si alguien dice que la humanidad se compone de hombres y mujeres y que no existe un tercer sexo, inmediatamente será censurado y tildado de transfóbico. Y se cancelará todo debate.

Una cosa es que haya un puñado de fanáticos que crea y promueva esto; pero la ideología transgénero se ha difundido y ha permeado todas las esferas de la vida social, asociaciones, gobiernos y medios.
El actor Imanol Arias habló de unos “rarísimos tipos multimillonarios que se han adueñado de la medicina, la alimentación, el transporte y la moral”. En el caso del transgenerismo, todas las ONG que “militan” esa causa están financiadas por los multimillonarios de los que habló el artista español, sin que se sepa con qué derecho o legitimación, más allá del poder del dinero. Uno de ellos se sinceró: “Hay que imponer a la fuerza los cambios woke”.
Con este respaldo han logrado que, progresivamente, las universidades se plieguen a este discurso, los legisladores promuevan leyes dictadas por los supuestos intereses de estas minorías, las autoridades del sistema sanitario los pongan al tope de sus prioridades, las escuelas dicten clases de ESI impregnadas de doctrina queer, etc. Hasta las empresas marcan el paso, exponiendo sus políticas de “diversidad”. Y guay del que se atreva a exponer una duda. Ni preguntar se puede.
No se refiere esto al ínfimo porcentaje de personas (adultas) que verdaderamente viven una incongruencia de género, sino a la liviandad de promover la reasignación de sexo en base a la sola expresión del interesado, incluso si se trata de un niño, tal como lo habilita la ley argentina, y autorizar la hormonización e incluso la cirugía en menores.
Esta naturalización del transgenerismo explica la explosión de casos que se viene verificando en los últimos años. Pero un hecho muy relevante y de alto impacto acababa de irrumpir en este panorama. De pronto, las inquietudes y objeciones expresadas por muchos tienen correlato y respaldo científico, con la publicación del Informe Cass, uno de los más contundentes en exponer los extravíos del transgenerismo. Esta “Revisión independiente de los servicios de identidad de género para niños y jóvenes” fue encargada por el gobierno inglés.

En realidad, no es el primer estudio que cuestiona la idea de que la transición de género es un juego de niños, o el disparate de que los menores están en condiciones de expresar con claridad su “identidad de género”, separada de su genitalidad, y de que el único camino es afirmarlos en esa “autopercepción”.

Los países pioneros en transición de género -hormonal, quirúrgica y legal- ya están revisando las prácticas excesivamente liberales que admitían hasta hace poco; así lo han hecho Suecia, Finlandia, Noruega y ahora Inglaterra.

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