ATAQUE HEROICO: Organizan una colecta para repatriar de EEUU el avión del memorable ataque en solitario a la flota británica en Malvinas

Desmantelado, el Aeromacchi permaneció durante años en un hangar en Texas. La historia de su piloto, Owen Crippa y el recuerdo del día en que se lanzó contra los buques en el Estrecho de San Carlos, averió una fragata y esquivó un misil.

Mientras volaba en solitario a bajísima altura por el valle del río San Carlos para llegar al estrecho sin ser detectado, no imaginó que cuarenta años después estaría involucrado en el rescate de esa noble máquina que languidecía desguazada en dos hangares en Texas.

El avión es un Aeromacchi MC 339 (4-A-115) y su piloto Owen Crippa, quien aseguró que se hizo marino por su amor a los caballos, tiene nombre galés, apellido italiano del norte pero con hondas raíces argentinas que se remontan a su tatarabuelo.

Su abuela, encandilada con una novela en que el protagonista se llamaba Owen, se lo puso a un hijo suyo que falleció en un accidente. Dejó el mandato de que algún hijo varón en la familia conservase el nombre. Así están en la familia Jorge Owen y Owen Guillermo.
Siendo un muchacho, Crippa desconocía qué era un militar. Sin televisión y viviendo en el campo asistido con la energía que daba un generador casero que había fabricado su papá, con el que escuchaban radio, desconocía todo del mundo. Nacido y criado en el pueblo santafesino de Arrufó, en la Colonia San Rafael, había aprendido a montar casi antes que a caminar. Allí hizo la primaria y la secundaria en la ciudad de Santa Fe, donde extrañaba a mares a esos nobles animales.
En la puerta del colegio un compañero suyo, Carlos Villarreal, solía comer un sándwich porque no hacía a tiempo a ir a su casa. Owen lo llevaba a almorzar con él y fue este salteño quien lo invitó a concurrir al liceo militar cercano para andar a caballo. Entonces, Crippa conoció qué era un militar.
Si bien soñaba con un futuro de médico, decidió ingresar a las Fuerzas Armadas, pero no sabía a cuál. Envió cartas al ejército, aviación y marina, y recibió respuesta de todas con información. Un fin de año lo sorprendió una carta de la Marina, en la que le decían que como no habían tenido respuesta suya, querían saber si necesitaba más información. Owen se sintió importante al sentirse que era tenido en cuenta y no lo dudó. Entró a la Escuela Naval. Un mundo nuevo se le abrió: podría optar por navegar, ser infante de marina o aviador. Se decidió por ésta última.

En la base repasó los manuales del avión, voló con otro piloto y practicó maniobras de combate y tiro. Luego fueron llevados a Río Grande.

El Aeromacchi era un avión reactor de entrenamiento, muy versátil, que no podía reabastecerse en vuelo, por lo que su base debía estar en Puerto Argentino. Como era adscripto a la escuadrilla, la prioridad de cruzar a las islas la tuvieron los pilotos con más antigüedad. Nuevamente, Crippa, teniente de navío, insistió en ser parte y el 16 de mayo le ordenaron ir. Debía elegir a cinco mecánicos. El problema fue que cuando preguntó quién quería ser voluntario, todos quisieron ser de la partida, incluso los soldados conscriptos que le pedían por favor que los incluyeran.

Cruzar fue una odisea. El F-28 debió hacer más de un intento por la amenaza de los Sea Harrier. Cuando el avión aterrizó, sin detener su marcha, arrojaron el equipo y lo primero que hizo fue besar la tierra. Lo sintió como un masaje a su espíritu. El avión volvió a despegar y le llamó la atención el silencio y que nadie había ido a recibirlos. Enseguida comprendió: un avión inglés pasó ametrallando la pista. Ahí se dijo a si mismo que estaba en la guerra.

En Puerto Argentino eran cuatro pilotos y siete mecánicos. Todos debían hacer todas las tareas. Acomodar los aviones, limpiarlos, quitarles las baterías al fin del día y colocarlas al día siguiente luego de secar los circuitos eléctricos, empapados con el rocío o la lluvia.

Estaba en la base Comandante Espora cuando se enteró por radio de la recuperación de Malvinas. Su primera reacción fue saltar de alegría pero, angustiado por sus compañeros movilizados, no quiso quedar al margen y se ofreció como voluntario. “No lo necesitamos”, le respondieron. Había sido adcripto a la escuadrilla de Aeromacchi. Insistió y le contestaron que si se presentaba el caso, lo llamarían.

No se dio por vencido y encaró al comandante. Le dijo que eran cuatro pilotos preparados y que merecían ir. El superior le dijo que pasase Pascua con su familia y que el lunes se presentase en Punta Indio, para prepararse a ir al sur.

Su esposa Norma no lo podía creer. El le recomendó que no debía llorar, que si quería hacerlo que fuera a escondidas, pero tenía que ser de acero, que él había sido educado para eso. Un año y medio antes había nacido su primera hija, Paola. Crippa tenía 31 años.

Confesó que estuvo pocos días en las islas. Su única operación de combate fue el viernes 21 de mayo y junto a su amigo el teniente de navío Horacio Talarico debían volar al estrecho de San Carlos para confirmar la noticia que había dado el teniente primero Carlos Esteban del desembarco. Como marino, sabría evaluar la dimensión de la operación británica. Una cubierta desinflada de la máquina que debía pilotear Talarico, determinó que, por la urgencia de la misión, volase solo.

Al avión le quitaron las bombas de 250 libras y le colocaron cohetes. Le indicaron que, si se presentaba el caso, atacase helicópteros y lanchas de desembarco.

Cuando despegó, sabía lo que se encontraría porque conocía lo que era un desembarco anfibio. Voló por el valle del río San Carlos, recuerda que había niebla y que luego viró hacia el norte, porque pensó que el grueso de la flota estaba en alta mar. Entró al estrecho por el norte a 200 metros de altura. Lo primero que vio a su derecha fue a dos destructores ingleses apareados, que no lo vieron.

Más adelante se cruzó con otro destructor que tampoco notó su presencia y cuando vio a un helicóptero Lynx se preparó a atacarlo, para lo que se precisa estar a una altura determinada, calcular la velocidad y otros detalles técnicos. Pero a su izquierda vio una importante cantidad de buques y decidió cambiar su blanco.

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