Que nos la vuelvan a colar

Ahora que es verano, que nadie nos escucha. Ahora que las vacaciones cubren con un tupidísimo velo de sol, arena, rocas de montaña, sardinas a la brasa, paella, cerveza fría, ventilador y matamoscas. En este preciso instante donde escuchas las chicharras y los grillos mientras un cielo plagado de estrellas te regala alguna que otra fugaz. A la sombra, de la sombrilla, o del porche. Cuando no tenemos gobierno y todo parece suceder a cámara lenta, a lo lejos, sin ruido. En estos días de agosto, cuando a la hora de la siesta no se puede salir. Ni molestar a los vecinos.

En algún lugar del mundo, supongamos Australia, en una sede senatorial, en el marco de una comisión de esas que nadie escucha (y que puedes ver aquí), han ido a “piar dos pajaritos”. Son dos responsables de la compañía farmacéutica Pfizer. Allí han comparecido para responder a las preguntas de los distintos senadores. Y entre sus respuestas, han dejado alguna joya para la posteridad. Para cuando algún medio, algún responsable, quiera asomarse a mirar.

Te ahorraré, mi querido lector, mi querida lectora, el tener que verte la sesión completa. Aunque te la recomiendo. Me basta con que prestes atención a dos partes de sus declaraciones. Solamente dos. La primera, donde niegan que se hubiera llevado a cabo ningún tipo de presión para inyectarse el brebaje contra el Covid-19. Lo dicen con un aplomo digno de ver. Te recuerdo lo sucedido con aquel tenista, Djokovic. Y ahora te recomiendo que vuelvas a ver las declaraciones para tratar de comprender el nivel de cinismo que tienes frente a tus ojos.

Pero lo realmente sorprendente ha sido, para mí y para muchos otros, la respuesta en la que reconocen que los empleados de su compañía, Pfizer, recibieron un lote “especial” de las vacunas, dentro de un programa específico para los trabajadores. ¿Qué significa esto? Puede que quizás esto no te sorprenda, ni siquiera llegues a compartir conmigo la opinión de que se trata de algo importante. Pero para mí, supone un hecho relevante, puesto que los lotes administrados son una cuestión fundamental para comprender qué está sucediendo entre cientos de miles de personas que están sufriendo efectos adversos. Existe una base de datos, no oficial, en la que la gente introduce el número de lote que le ha sido administrado y puede comprobar cuántas personas pueden haber sufrido daños tras la inoculación de ese producto específico. Existe una demanda presentada ante la Agencia Española de Medicamentos, precisamente por los lotes. Y en este caso, de ser efectivamente así, exigen a la Agencia que dé explicaciones de por qué, al realizarse notificaciones por la vía oficial para dar conocimiento de unos posibles daños causados por un producto específico y señalado, no se ha paralizado la administración del producto, y se han tomado las medidas de precaución pertinentes. Tal y como ocurre con cualquier medicamento, alimento o producto que pueda resultar dañino para la salud.

Como también debería haberse explicado a la población en general que existían lotes que contenían placebo. Sobre todo, porque de no hacerlo, se habría dado una falsa sensación de protección a aquellas personas que, en realidad, no estaban inoculadas, y que, según la postura oficial pandémica, habrían estado poniéndose en peligro sin saberlo.

¿Por qué no lo han hecho? Porque se han pasado todo este tiempo repitiendo aquello de “seguras y eficaces”, como un mantra, que ha ido quedando sin sentido, tras comprobarse que no eliminaban la transmisión, ni estaban exentas de causar daños. Y poco a poco, se van colando, por las grietas, cachitos de realidad. Como los dos pajaritos ante la comisión del Senado Australiano, o este artículo publicado en el diario Público esta semana, que ha hecho arder las redes. Salía en portada, abriendo la edición del día, y suponía un bofetón de realidad para todos los lectores de un medio que ha llegado a promover, incluso, que las personas que no nos hemos inoculado este brebaje, dejásemos de tener derecho a ser atendidas por la Sanidad Pública.

Ver reconocida la realidad de aquellas personas que confiaron en el relato oficial, que se sometieron a un tratamiento experimental, sin información ni garantías, y han visto cómo su vida ha cambiado de la noche a la mañana, es sorprendente. Aunque más sorprendente fue ver la manera en que el medio aseguró que este era un tema tabú, a causa de los negacionistas. Una retorcida manera de pretender decir que si de este tema tan importante no se habla, es por culpa de los que llevan tres años pidiendo que haya información,

debate y que rueden cabezas de los responsables que han consentido la que, posiblemente, sea una de las brutalidades más graves cometidas en las últimas décadas. Un artículo que, como decía, aparecía esta semana, un par de días antes de que los pájaros de Pfizer fueran a cantar al Senado de Australia. Pero ha habido más, han pasado más cosas sorprendentes.

Como el hecho de contemplar cómo a Zelenskiy le estalla la corrupción en las manos; le toca reconocer públicamente que su país está sumido en la podredumbre moral, y que ahí ha estado trincando el personal con ciertas responsabilidades mientras a los civiles los masacraban en las calles. Todo se le va desmontando al actor ucraniano. Y ahora, incluso resulta, que comenzamos a ver en diarios como El Diario.es, artículos tan sorprendentes como este. Ahora toca desmontar a Zelenskiy. Ya lo ves.

Como también se empieza a explicar qué pasa en el cielo. Que se llama siembra de nubes, y que aquí no pasa nada. Después de guardar silencio e insultar a los agricultores, ganaderos y ecologistas que llevan años denunciándolo. Porque no es cierto

que esta práctica sea inocua; porque no es bueno modificar el clima; porque se está haciendo a espaldas de la ciudadanía. Y porque tenemos derecho a ser informados antes de que se experimente con nuestros cuerpos, con nuestro planeta.

Ahora que el tiempo pasa despacio. Que la brisa da un gusto tremendo. Que la calma, el descanso y el placer nos abren la puerta. Ahora, precisamente que no tenemos gobierno. Ahora. Una guerra a punto de estallar en el corazón de África. Y de ti depende que nos la vuelvan a colar.

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