Tras la muerte de su madre, Isabel II, el jueves pasado a los 96, el antes príncipe de Gales llega al trono en medio del dolor de un pueblo que despide a la monarca que reinó durante más tiempo; “Soy consciente de esta profunda herencia y de los graves deberes y responsabilidades que ahora se me traspasan”, dijo en la ceremonia
Con una coreografía y una pompa espectaculares, dignas del momento, con trompetas, salvas de cañón, guardias reales ataviadas con sus coloridos uniformes y gorros de piel de oso, gran simbolismo, Carlos III -que al morir la reina Isabel automáticamente pasó a ser rey-, fue proclamado hoy oficialmente nuevo monarca del Reino Unido.
Salvo la presencia de centenares de personas con sus celulares levantados -que daban cuenta de que estamos en el siglo XXI-, la ceremonia siguió todos los cánones dispuestos para la ocasión desde hace más de 300 años. De hecho, parecía haber vuelto atrás, al 1700, al siglo XVIII.
En una mañana húmeda y gris y seguramente única, todo ocurrió en el Palacio St. James, antigua residencia de los reyes que queda muy cerca de Buckingham. Y culminó cuando, a las 11 hora local, desde el balcón del Friary Court, un funcionario conocido como el Rey de Armas Principal de la Jarretera, leyó ante el público la proclamación de Carlos Felipe Arturo Jorge como nuevo rey, Carlos III, acompañada por el grito: “¡Dios salve al rey!” y tres hurras.
“Tres hurras por su majestad, el rey. Hip-Hip…”, dijo dos veces y en cada una de ellas, tres en total, la guardia respondió “Hurra” mientras levantaba sus gorros de piel de oso por encima de la cabeza y bajaba sus armas.
Acto seguido, en un clima más que solemne, una banda formada por soldados de la guardia real puso el broche de oro tocando el himno nacional en su nueva versión: God Save The King (“Dios salve al rey”).
En una coreografía estudiada al milímetro, centenaria, pero retransmitida en vivo por la BBC y demás redes sociales (el giro moderno que tuvo el evento) la proclamación anunciando a Carlos como rey fue al mismo tiempo leída en Edimburgo, Cardiff y Belfast, las capitales de Escocia, Gales e Irlanda del Norte, respectivamente.
Y, se repitió, más tarde, en el Royal Exchange de Londres, el palacio de la antigua bolsa, en el corazón de la ciudad, donde de nuevo los trajes rojos y dorados de las diversas guardias reales, las trompetas y la banda, dieron el toque de tradición e historia necesarios.
En otro reflejo de que estamos en el siglo XXI, el acto oficial de jura del nuevo rey, que fue antes, a las 10 de la mañana, por primera vez en la historia fue televisado en directo. Ya no había más secreto. La ceremonia tuvo lugar siempre en el Palacio de St. James, en un evento llevado a cabo por el Comité de Ascensión. Se trata de un cuerpo ceremonial que se reúne tras la muerte de un monarca para hacer la proclamación formal de la ascensión del sucesor al trono.
El evento se dividió en dos partes y el rey sólo estuvo presente en la segunda. En la primera, el lord presidente del Consejo Privado -en este caso la parlamentaria Penny Mordaunt, nombrada recientemente por la actual primera ministra Liz Truss- oficializó la muerte de Isabel II.
Luego el secretario del Consejo leyó en voz alta el texto de la Proclamación de Ascensión, incluido el título elegido por Carlos como rey, Carlos III.
El rey entró para la segunda parte del Consejo, momento en el cual, por segunda vez en dos días, volvió a hacer una declaración sobre la muerte de su madre, la reina más longeva jamás tenida por Gran Bretaña. “Es mi obligación más dolorosa anunciar la muerte de mi querida madre la reina”, arrancó.
“Sé cuán profundamente ustedes, la nación entera -y diría que el mundo entero- simpatizan conmigo en esta irreparable pérdida que hemos sufrido”, siguió. “La simpatía expresada por tanta gente a mi hermana y hermanos es mi mayor consolación. Y ese abrumador cariño y apoyo debería ser extendido a toda nuestra familia en nuestra pérdida”, agregó.
Vestido de elegante jacket y corbata negros, como en su primer discurso de ayer, Carlos III volvió a elogiar a su mamá, símbolo de unidad y fortaleza durante más de 70 años y un ícono para todos. “Mi madre dio un ejemplo de amor eterno y de servicio desinteresado. Su reinado fue inigualable en cuanto a su duración, dedicación y devoción”, sentenció. “Soy profundamente consciente de esta profunda herencia y de los graves deberes y responsabilidades que ahora se me traspasan”, admitió también. La gran pregunta de este momento de luto, en efecto, es si Carlos logrará tener esa extraordinaria capacidad de unir a todos los súbditos, más allá de dificultades políticas y cambios dramáticos. Asimismo el nuevo monarca hizo referencia a su pareja, Camilla. “Estoy profundamente animado por el apoyo constante de mi amada esposa”, dijo. De negro y con perlas al cuello, Camilla por supuesto estuvo a su lado, en el acto.
Entre otros, la proclamación oficial fue firmada por su hijo William, nuevo príncipe de Gales, su sucesor al trono. De la ceremonia participaron la flamante primera ministra, Liz Truss, como también los anteriores mandatarios Boris Johnson, Theresa May, Tony Blair, Gordon Brown y David Cameron.
Más allá de las trompetas, los estandartes, la fanfarria, y el fasto, al final algunos de los presentes en el pequeño patio del Palacio de St. James quedaron algo decepcionados. “Fue impresionante vivar al nuevo rey con el hurra, el Dios salve al rey, pero nunca el rey salió al balcón”, comentó Lucy, empleada de 45 años que vino junto a su novio. La verdad es que no estaba previsto que el proclamado rey saliera al balcón, sino tan sólo el Rey de Armas, ataviado de un antiguo traje rojo y dorado.
Ya oficialmente rey y con 73 años, a Carlos III le esperaba un primer sábado en el trono bastante movido. Según el Palacio de Buckingham, le esperaban audiencias, en uno de sus salones, con el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, jefe de la Iglesia anglicana; con la primera ministra Liz Truss y el resto de su gabinete; con los líderes de los partidos de la oposición; y, finalmente, con el decano de Westminster.
En el primer sábado de luto, en tanto, la zona de Buckingham seguía abarrotada de gente que, aprovechando del fin de semana, llegaba para dejar su tributo a Isabel II. Se apilaban en las rejas del palacio decenas y decenas de ramos de flores de todos los colores, acompañados por mensajes, algunos escritos a mano, con marcadores, dedicados a la reina que todos creían inmortal, que decían simplemente “Thank you”, gracias.