Nacional – El agua deshidratada y los enfermos asintomáticos

El café descafeinado, la crema descremada, el agua deshidratada y, últimamente, la vida inorgánica que anuncia Harari forman parte de una nueva forma de percibir el estado natural de las cosas. También el fenómeno de la enfermedad asintomática y la del hombre deshumanizado. Podríamos seguir desarrollando este meta-concepto casi hasta el infinito y descubrir muchos más absurdos lingüísticos que se replican cotidianamente.
Respecto del agua, ya sabemos porque lo aprendimos en la escuela primaria, que puede tener tres estados: solido, líquido y gaseoso, pero dentro de esta nueva moda de percibir las cosas, hay un cuarto estado, el estado imaginario, que nos lleva a pensar sobre aquello que nunca nos animamos por temor, quizás, a que nos declaren en insania y nos encierren en algún calabozo para enfermos mentales asintomáticos.
El estado de agua deshidratada, una forma alternativa e imaginaria, puede ser explicado por añadidura al concepto del de enfermo asintomático. En ambos casos, todas sus propiedades son de gran utilidad: imagínense un agua que no moje, sería más fácil lavar la ropa, secarse el pelo, salir en invierno de una pileta con agua deshidratada en invierno no nos daría tanto frío, nadar en un mar de agua deshidratada sería mucho menos cansador…
En la misma línea, imaginen un enfermo que no se enferme, sería algo fenomenal, un hospital exclusivo para atender a enfermos asintomáticos por médicos virtuales.  Bueno, todo esto ya sucedió en el periodo 2020-2022, no es parte de una película de ciencia ficción, aunque sí se vio por TV.
Normalmente los hechos se interpretan de manera que se adapten a la realidad, pero en esta ocasión fue al revés: se definió por consenso global “una nueva realidad” moldeada por interpretaciones pseudo-científicas, concatenadas en un relato de un virus y una pandemia de la cual solo saldríamos con vacunas experimentales; relato digno de ser clasificado como leyenda, donde se narran hechos sobrenaturales, naturales o una mezcla de ambos. Un virus fantasma bioinformático, desmembrado, nunca aislado en forma completa y de origen no definido, pero con capacidades fantásticas de diseminación mundial y dotado con un arsenal patogénico muy colorido, capaz de habitarte sin que te des cuenta, o tan solo de resfriarte… o de matarte. Un virus del que se pretende protegerte con preparaciones biotecnológicas que replican lo mismo que supuestamente te enferma, obligar a las células para que produzcan las proteínas que “ellos” quieren… poniéndolas a trabajar siguiendo órdenes y manuales de instrucciones escritos por otros, perdiendo la libertad desde lo más íntimo y profundo de nuestra biología.
El cuento fantástico también relata que, aunque te puedas contagiar, infectar, enfermar y morir, la pócima mágica de componentes no totalmente conocidos es mejor que nada. Y así, como a los falsos positivos de la técnica de PCR se los puede llamar “estados de portador enfermo asintomático”, en esta narración imaginaria los efectos secundarios de las vacunas se nombran como estados sobrenaturales de “long covid”.
Como sucede en una leyenda, este relato no es del todo razonable, simplemente ha sido extraordinariamente financiado para que se transmita no ya de boca en boca, si no de celular a celular por todo el planeta de manera casi instantánea.
La verdad real incomoda, la verdad virtual nos tranquiliza. Nos gusta escuchar relatos fantásticos como los que cuenta una maestra a sus niños de jardín de infantes, con finales vacunales felices.
Nos reconforta creer que la única verdad es la virtualidad. La peor pandemia que nos azota es la de virtualidad e infantilización infantilizante, y para eso no hay vacuna. Para el actual modelo médico virtual que promueve la obediencia político sanitaria extrema, no existe miramiento alguno en cuanto a las consecuencias poblacionales que acarrea su experimento. Surgen algunos pseudo conceptos que permiten sustentar el desatino extendido para llegar a la conclusión de la pandemia de enfermedades asintomáticas.
Seamos sensatos y bajemos a tierra, el laboratorio experimental más grande del universo. Esta bendita Tierra donde se pueden hacer experimentos a escala mundial y donde la población participa en carácter totalmente voluntario. Habiendo tantos voluntarios, no hace falta la obligatoriedad… voluntarios incautos no bien informados que, como las ratas encantadas por la melodía del flautista de Hamelin, han comenzado a hacer realidad el desenlace de este cuento fantástico. ¿Será que, como las leyendas, también se transmitirá de generación en generación?

Dr. Ramiro Salazar
(Epidemiólogo)

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