La verdad de Ucrania la guerra y los intereses en juego

Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra. Que los hombres vuelvan a entenderse. Que reanuden las negociaciones. Negociando con buena voluntad y respetando los derechos de la otra parte, comprobarán que una negociación sincera y activa nunca está exenta de un éxito honroso. Y se sentirán grandes -de verdadera grandeza- si imponiendo el silencio a las voces de la pasión, tanto colectiva como privada, y dejando que impere la razón, habrán de evitar el derramamiento de sangre de sus hermanos y la ruina de su país. 

Así se dirigió Pío XII, el 24 de agosto de 1939, a los gobernantes y a los pueblos en la inminencia de la guerra. No eran palabras de pacifismo vacío, ni de silencio cómplice ante las numerosas violaciones de la justicia que se estaban produciendo en varios bandos. En aquel mensaje radiofónico, que algunos aún recuerdan haber escuchado, el llamamiento del Romano Pontífice invocaba el “respeto recíproco de los derechos”, como premisa para unas negociaciones de paz fructíferas.

 

La narrativa mediática

Si miramos lo que está pasando en Ucrania, sin dejarnos engañar por las falsificaciones macroscópicas de los principales medios de comunicación, nos damos cuenta de que se ha ignorado por completo el “respeto recíproco de los derechos”; por el contrario, da la impresión de que la administración Biden, la OTAN y la Unión Europea quieren mantener deliberadamente una situación de evidente desequilibrio, precisamente para imposibilitar cualquier intento de solución pacífica de la crisis ucraniana, provocando que la Federación Rusa desate un conflicto . Aquí radica la gravedad del problema. Esta es la trampa tendida tanto a Rusia como a Ucrania, utilizando a ambos para permitir que la élite globalista lleve a cabo su plan criminal.

No nos sorprendamos si el pluralismo y la libertad de expresión, tan cacareados en los países que se proclaman democráticos, se ven diariamente desautorizados por la censura y la intolerancia respecto a las opiniones que no se ajustan a la narrativa oficial: manipulaciones de este tipo se convirtieron en la norma durante la llamada pandemia, en perjuicio de los médicos, científicos y periodistas disidentes, que fueron desacreditados y condenados al ostracismo simplemente porque se atrevieron a cuestionar la eficacia de los sueros experimentales. A dos años de distancia, la verdad sobre los efectos adversos y la desacertada gestión de la emergencia sanitaria les da la razón, pero es ignorada obstinadamente porque no se corresponde con lo que el sistema quería y sigue queriendo todavía.

Si los medios de comunicación mundiales han podido hasta ahora mentir descaradamente en un asunto de estricta relevancia científica, divulgando mentiras y ocultando la realidad, deberíamos preguntarnos por qué, en la situación actual, deberían recuperar de repente la honestidad intelectual y el respeto al código deontológico que han repudiado en gran medida con el Covid.

Pero si este colosal fraude ha sido acompañado y difundido por los medios de comunicación, hay que reconocer que las instituciones sanitarias nacionales e internacionales, los gobiernos, los jueces, las fuerzas del orden y la propia jerarquía católica han sido responsables -cada uno en su ámbito con acciones de apoyo o con la omisión de intervenciones contrastadas- del desastre que ha impactado a miles de millones de personas en su salud, en sus bienes, en el ejercicio de sus derechos e incluso en su propia vida. También en este caso resulta difícil imaginar que quienes se han manchado con tales crímenes por una pandemia deliberadamente buscada y amplificada puedan hoy tener una sacudida de dignidad y mostrar preocupación por sus ciudadanos y su patria cuando una guerra amenaza su seguridad y su economía.

Estas, por supuesto, pueden ser las prudentes reflexiones de quienes desean permanecer neutrales y mirar con desapego y casi desinterés lo que sucede a su alrededor. Pero solo si se profundiza en el conocimiento de los hechos y nos documentamos con fuentes autorizadas y objetivas, se descubre que las dudas y perplejidades se convierten pronto en inquietantes certezas.

Incluso si sólo se quisiéramos limitar la investigación al aspecto económico, se puede ver que la información, la política y las mismas instituciones públicas dependen de un restringido número de grupos financieros encabezados por una oligarquía que, significativamente, está unida no sólo por el dinero y el poder, sino por la afiliación ideológica que guía su acción e injerencia en la política de las naciones y del mundo entero. Esta oligarquía muestra sus tentáculos en la ONU, la OTAN, el Foro Económico Mundial (FEM), la Unión Europea y en instituciones “filantrópicas” como la Open Society de George Soros y la Fundación Bill y Melinda Gates.

Todas estas entidades son privadas y no responden a nadie sino a sí mismas, y al mismo tiempo tienen el poder de influir en los gobiernos nacionales, incluso a través de sus propios representantes elegidos o designados en puestos clave. Lo admiten ellos mismos, recibidos con todos los honores por jefes de gobierno y líderes mundiales, empezando por el primer ministro italiano Mario Draghi (aquí), y por estos adulados y temidos como los verdaderos dueños de los destinos del mundo. Así, quienes ostentan el poder en nombre del pueblo soberano se encuentran pisoteando su voluntad y limitando sus derechos, para obedecer como cortesanos a quienes nadie ha elegido, y que sin embargo dictan la agenda política y económica a las naciones.

Llegamos entonces a la crisis ucraniana, que nos la presentan como consecuencia de la arrogancia expansionista de Vladimir Putin hacia un Estado independiente y democrático sobre el que reclamaría absurdos derechos. El “Putin belicista” estaría masacrando a la población indefensa, valientemente levantada para defender el suelo patrio, las sagradas fronteras de la Nación y las libertades conculcadas de los ciudadanos. La Unión Europea y Estados Unidos, “defensores de la democracia”, no podían dejar de intervenir, a través de la OTAN, para restaurar la autonomía de Ucrania, expulsar al “invasor” y garantizar la paz. Frente a la “prepotencia del tirano”, los pueblos deberían hacer un frente común, imponiendo sanciones a la Federación Rusa y enviando soldados, armamentos y ayuda económica al “pobre” presidente Zelenski, el “héroe nacional” y “defensor” de su pueblo. Como prueba de la “violencia” de Putin, los medios difundieron imágenes de bombardeos, redadas, destrozos, atribuyendo la responsabilidad a Rusia. Al contrario: precisamente para garantizar una “paz duradera”, la Unión Europea y la OTAN acogen a Ucrania entre sus miembros con los brazos abiertos. Y para evitar la “propaganda soviética”, Europa oscurece Russia Today y Sputnik, para asegurarse que la información sea “libre e independiente”.

Esta es la narrativa oficial, a la que todos se ajustan; al estar en guerra, la disidencia se convierte inmediatamente en deserción, y los que disienten son culpables de traición y merecedores de sanciones más o menos graves, comenzando por la execración pública y el ostracismo, bien experimentados con el Covid hacia los “no-vax”. Pero la verdad, si se la quiere conocer, permite ver las cosas de otra manera y juzgar los hechos por lo que son y no por cómo se nos presentan. Se trata de un verdadero y auténtico desvelamiento, como indica la etimología de la palabra griega ἀλήθεια. O tal vez, con una mirada escatológica, de una revelación, de un ἀποκάλυψις.

 

La expansión de la OTAN

En primer lugar, es necesario recordar los hechos, que no mienten y no son susceptibles de alteración. Y los hechos, por muy fastidiosos que sean para recordar a quienes intentan censurarlos, nos dicen que, desde la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos ha extendido su esfera de influencia política y militar a casi todos los estados satélites de la ex Unión Soviética: también recientemente, anexando Polonia, República Checa, Hungría (1999), Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania (2004), Albania y Croacia (2009), Montenegro (2017), Macedonia del Norte (2020). La Organización del Tratado del Atlántico Norte se está preparando para extenderse a Ucrania, Georgia, Bosnia y Herzegovina, Serbia. En la práctica, la Federación Rusa se encuentra bajo amenaza militar -armas y bases museísticas- a pocos kilómetros de su frontera, mientras que no dispone de ninguna base militar muy cerca de los Estados Unidos.

Tomar en consideración la expansión de la OTAN a Ucrania, sin despertar protestas legítimas de Rusia, es desconcertante por decir lo menos, especialmente dado el hecho de que la OTAN se comprometió con el Kremlin en 1991 a no expandirse más. No solo eso: a finales de 2021, Der Spiegelpublicó los borradores de un tratado con Estados Unidos y un acuerdo con la OTAN sobre garantías de seguridad (aquíaquí y aquí); Moscú exigía garantías legales a sus socios occidentales que desalentaran una ulterior expansión hacia el este de la OTAN, uniendo a Ucrania al bloque y estableciendo bases militares en los países postsoviéticos. Las propuestas contenían también una cláusula sobre el no despliegue de armas de ataque de la OTAN cerca de las fronteras de Rusia y sobre el retiro de las fuerzas de la alianza en Europa del Este a sus posiciones de 1997.

Como se ve, la OTAN ha incumplido sus compromisos o al menos ha forzado la situación en un momento muy delicado para los equilibrios geopolíticos. Deberíamos preguntarnos por qué Estados Unidos -o, mejor dicho: el Deep state estadounidense, que recuperó el poder luego del fraude electoral que llevó a Joe Biden a la Casa Blanca- quiere crear tensiones con Rusia e involucrar en el conflicto a sus socios europeos, con todas las consecuencias que podemos imaginar.

Como ha observado lúcidamente el general Marco Bertolini, ex comandante del Comando de Operaciones de la Cumbre de Interfuerzas: “Estados Unidos no se limitó a ganar la Guerra Fría, sino que también quiso humillar [a Rusia], tomando todo lo que en cierto sentido caía dentro de su área de influencia. [Putin] soportó con los países bálticos, Polonia, Rumania y Bulgaria; reaccionó cuando se enfrentó a que Ucrania le habría de quitar toda posibilidad de acceder al Mar Negro” (aquí). Y agregó: “Hay un problema con el control del régimen, se ha creado una situación con un primer ministro bastante improbable [Zelenskyj], alguien que viene del mundo del espectáculo”. En caso de un ataque de Estados Unidos a Rusia, el general no deja de señalar que “los Global Hawks que sobrevuelan Ucrania parten de Sigonella, Italia, que es en gran medida una base militar estadounidense. El riesgo está ahí, está presente y es real” (aquí).

 

Intereses derivados del bloqueo del suministro de gas ruso

También deberíamos preguntarnos si detrás de la desestabilización del delicado equilibrio entre la Unión Europea y Rusia no hay también intereses económicos, derivados de la necesidad de los países de la Unión Europea de abastecerse de gas licuado estadounidense (para el que, además, se necesitan regasificadores, de los que muchos países no disponen y por los que, de todos modos, tendríamos que pagar mucho más) en lugar de gas ruso (que es más ecológico).

También la decisión del ENI de suspender la inversión en el gasoducto Blue Stream de Gazprom (de Rusia a Turquía) supone la privación de una ulterior fuente de suministro, desde el momento que alimenta el gasoducto transatlántico (de Turquía a Italia).

Por lo tanto, no es casualidad que, en agosto de 2021, Zelenskyj declarara que consideraba que el gasoducto Nord Stream 2 entre Rusia y Alemania como “un arma peligrosa, no sólo para Ucrania, sino para toda Europa” (aquí): al saltear Ucrania, priva a Kiev de unos 1.000 millones de euros al año en ingresos por tarifas de tránsito. “Consideramos este proyecto únicamente a través del prisma de la seguridad y lo consideramos una peligrosa arma geopolítica del Kremlin”, dijo el presidente ucraniano, coincidiendo con la administración Biden. La subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, declaró: “Si Rusia invade Ucrania, Nord Stream 2 no seguirá adelante”. Y así sucedió, no sin graves perjuicios económicos para las inversiones alemanas.

 

Los laboratorios de virología del Pentágono en Ucrania

Siguiendo con el tema de los intereses estadounidenses en Ucrania, hay que mencionar también los laboratorios virológicos situados en el país, bajo el control del Pentágono y donde parece que sólo trabajan especialistas estadounidenses con inmunidad diplomática y que dependen directamente del Departamento de Defensa de Estados Unidos.

Habría que recordar también la denuncia de Putin sobre la recolección de datos genómicos de la población, que pueden ser utilizados para las armas bacteriológicas genéticamente seleccionadas (aquíaquí y aquí). Las informaciones sobre las actividades de los laboratorios en Ucrania son, por supuesto, difíciles de confirmar, pero es comprensible que la Federación Rusa considerara, no sin razón, que podían constituir una amenaza bacteriológica ulterior para la seguridad de la población. La Embajada estadounidense ha eliminado de su página web todos los archivos relacionados con el Biological Threat Reduction Program (aquí).

Maurizio Blondet escribe: “En el Evento 201, que simuló la explosión de la pandemia un año antes de que se produjera, participó (con los habituales Bill y Melinda) la aparentemente inofensiva Universidad John Hopkins con su bien ponderado Center for Health Security. La humanitaria institución tuvo durante mucho tiempo un nombre menos inocente: se llamaba Center for Civilian Biodefence Strategies y no se ocupaba de la salud de los estadounidenses, sino de su contrario: la respuesta a los ataques bélicos de bioterrorismo. Era prácticamente una organización cívico-militar que, cuando celebró su primera conferencia en febrero de 1999 en Crystal City (Arlington), donde se encuentra el Pentágono, reunió a 950 médicos, militares, funcionarios federales y responsables sanitarios para realizar un ejercicio de simulación. El objetivo del simulacro era contrarrestar un supuesto ataque de viruela “militarizado”. Es sólo el primero de los ejercicios que desembocarán en el Evento 201 y en la Impostura Pandémica (aquí).

Emergen también experimentos sobre militares ucranianos (aquí) e intervenciones de la Embajada estadounidense con el procurador ucraniano Lutsenko en 2016, para que no indagara sobre “un giro de fondos de mil millones de dólares entre George Soros y Barack Obama” (aquí).

 

Una amenaza indirecta para los objetivos expansionista chinos sobre Taiwán

La actual crisis en Ucrania conlleva consecuencias secundarias, pero no por eso menos graves, para el equilibrio geopolítico entre China y Taiwán. Rusia y Ucrania son los únicos productores de paladio y neón, indispensables para la producción de microchips.

“Las posibles represalias de Moscú han atraído mayor atención en los últimos días después de que el grupo de investigación de mercado Techcet publicara un informe que puso en evidencia la dependencia de muchos fabricantes de semiconductores de materiales de origen ruso y ucraniano, como el neón, el paladio y otros. Techcet calcula que más del 90% de los suministros estadounidenses de neón para semiconductores proceden de Ucrania, mientras que el 35% del paladio estadounidense proviene de Rusia. […] Según la Comisión de Comercio Internacional de Estados Unidos, los precios del neón aumentaron un 600% antes de la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia […] en 2014, ya que las empresas de chips dependían de algunas empresas ucranianas” (aquí).

“Si bien es cierto que una invasión china de Formosa pondría en peligro la cadena mundial de suministro de tecnología, también lo es que una imprevista escasez de materias primas procedentes de Rusia podría detener la producción, con lo que la isla perdería su “escudo de microchips” e induciría a Pekín a intentar anexionar Taipei”.

 

El conflicto de intereses de los Biden en Ucrania

Otro tema que no suele analizarse en profundidad es el de Burisma, una empresa de petróleo y gas que opera en el mercado ucraniano desde 2002. Recordemos que “durante la presidencia estadounidense de Barack Obama (de 2009 a 2017) el brazo derecho con un ‘proxy’ en la política internacional fue precisamente Joe Biden y es desde entonces la ‘protección’ ofrecida por el líder democrático estadounidense a los nacionalistas ucranianos, línea que ha creado el irremediable desencuentro entre Kiev y Moscú. […] Fue Joe Biden quien en esos años llevó adelante la política de acercar a Ucrania a la OTAN. Quería quitarle poder político y económico a Rusia. […] En los últimos años, el nombre de Joe Biden también fue asociado a un escándalo sobre Ucrania, que había hecho tambalear su candidatura. […] Fue en abril de 2014 cuando Burisma Holdings, la mayor empresa energética de Ucrania (activa tanto en gas como en petróleo), contrató a Hunter Biden como consultor, […] con un sueldo de 50.000 dólares al mes. Todo transparente, si no fuera que durante esos meses Joe Biden continuó con la política estadounidense destinada a que Ucrania recuperara la posesión de las zonas del Donbass que ahora se han convertido en repúblicas reconocidas por Rusia. Se cree que la zona de Donetsk es rica en yacimientos de gas inexplorados que estuvieron en la mira de Burisma Holdings. Una política internacional entrelazada con la política económica que hizo que incluso los medios de comunicación estadounidenses retiraran la nariz en esos años” (qui).

Los demócratas sostenían que Trump había creado un escándalo mediático para perjudicar la campaña electoral de Biden, pero sus acusaciones después se revelaron ciertas. El mismo Joe Biden, durante un encuentro en el Council on Foreign Relations de los Rockefeller, admitió que había intervenido sobre el entonces presidente Petro Poroshenko y sobre el primer ministro Arsenij Yatseniuk para impedir que su hijo Hunter fuera investigado por el procurador general Viktor Shokin. Biden había amenazado con “retener una garantía de un crédito de mil millones de dólares en Estados Unidos durante un viaje a Kiev en diciembre de 2015”, informa el New York Post (qui). “Si el magistrado no es destituido, ustedes no tendrán el dinero” (aquí y aquí). El procurador fue efectivamente destituido, salvando a Hunter de un posterior escándalo, después de los que le habían involucrado.

La interferencia de Biden en la política de Kiev, a cambio de favores para Burisma y los oligarcas corruptos, confirma todo el interés del actual presidente de Estados Unidos de proteger a su propia familia y su propia imagen, alimentando el desorden en Ucrania y en definitiva una guerra. ¿Cómo puede gobernar con honestidad y sin estar sujeto al chantaje una persona que se aprovecha de su propio rol para cuidar sus propios negocios y encubrir los delitos de sus familiares?

 

La cuestión nuclear ucraniana

Por último, está la cuestión de las armas nucleares ucranianas. El 19 de febrero de 2022, en una conferencia en Múnich, Zelenskyj anunció su intención de poner fin al Memorando de Budapest(1994), que prohíbe a Ucrania el desarrollo, la proliferación y el uso de armas atómicas. Entre las otras cláusulas del Memorando hay también una que obliga a Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido a abstenerse de utilizar la presión económica sobre Ucrania para influir en su política: la presión del FMI y de Estados Unidos para proporcionar ayuda económica a cambio de reformas coherentes con el Gran Reinicio es una nueva violación del acuerdo.

El embajador ucraniano en Berlín, Andriy Melnyk, argumentó en 2021 en la radio Deutschlandfunk que Ucrania debía recuperar su estatus nuclear si el país no entraba en la OTAN. Las centrales nucleares ucranianas son operadas, reconstruidas y mantenidas por la empresa estatal NAEK Energoatom, que finalizó por completo su relación con empresas rusas entre 2018 y 2021; sus principales socios son empresas cuyos vínculos se pueden rastrear hasta el gobierno de Estados Unidos. Se comprende fácilmente cómo la Federación Rusa considera una amenaza la posibilidad de que Ucrania adquiera armas nucleares y exija que Kiev se adhiera al pacto de no proliferación.

 

La revolución de color en Ucrania y la independencia de Crimea, Donetsk y Lugansk

Otro hecho. En 2013, después de que el gobierno del presidente Viktor Janukovyč decidiera suspender el Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea y estrechar las relaciones económicas con Rusia, comenzó una serie de protestas conocidas como Euromaidan, que duraron varios meses y que culminaron en la revolución que derrocó a Janukovyč y llevó a la instalación de un nuevo gobierno. Una operación auspiciada por George Soros, tal y como declaró cándidamente él mismo a la CNN: “Tengo una fundación en Ucrania desde antes de que se independizara de Rusia; esta fundación siempre ha estado siempre en funcionamiento y ha desempeñado un rol decisivo en los acontecimientos de hoy” (aquíaquí y aquí). Este cambio de gobierno provocó la reacción de los partidarios de Janukovyč y de una parte de la población ucraniana contraria al giro prooccidental, no deseado por la población, pero que se consiguió mediante una revolución de color, ensayada en años anteriores en Georgia, Moldavia y Bielorrusia.

Luego de los enfrentamientos del 2 de mayo de 2014, en los que también intervinieron las franjas paramilitares nacionalistas (entre ella, la del Pravyj Sektor), se produjo también la masacre de Odessa. Estos terribles sucesos también fueron denunciados con escándalo en la prensa occidental; Amnistía Internacional (aquí) y la ONU denunciaron estos crímenes y documentaron su atrocidad. Sin embargo, ningún tribunal internacional ha tomado medidas contra los responsables, como sí se querría hacer hoy con los presuntos crímenes del ejército ruso.

Entre los numerosos acuerdos no respetados dos cabe mencionar también el Protocolo de Minsk, firmado el 5 de septiembre de 2014 por el Grupo de Contacto Trilateral sobre Ucrania, compuesto por representantes de Ucrania, Rusia, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk. Entre los puntos del acuerdo figuraba la retirada de los grupos armados ilegales, del material militar, así como de los combatientes y mercenarios del territorio de Ucrania bajo la supervisión de la OSCE y el desarme de todos los grupos ilegales. En contra de lo acordado, los grupos paramilitares neonazis no sólo son reconocidos oficialmente por el gobierno, sino que sus miembros reciben incluso cargos oficiales.

También en 2014, Crimea, Donetsk y Lugansk declararon su independencia de Ucrania -en nombre de la autodeterminación de los pueblos reconocida por la comunidad internacional- y se declararon anexionados a la Federación Rusa. El gobierno ucraniano sigue negándose a reconocer la independencia de estas regiones, sancionada por referéndum popular, y da libertad a las milicias neonazis y a las fuerzas militares regulares para infligir violencia a la población, ya que considera a estas entidades como organizaciones terroristas. Es cierto que los dos referendos del 2 de noviembre constituyen una distorsión del Protocolo de Minsk, que sólo preveía una descentralización del poder y una forma de estatuto especial para las regiones de Donetsk y Lugansk.

Como señaló recientemente el profesor Franco Cardini, “el 15 de febrero de 2022 Rusia entregó a Estados Unidos un proyecto de tratado para poner fin a esta situación y defender a las poblaciones de habla rusa. Papel de desecho. Esta guerra comenzó en 2014” (aquí y aquí). Y fue una guerra en las intenciones de los que querían combatir a la minoría rusa en el Donbass: “Nosotros tendremos trabajo, pensiones y ellos no. Tendremos bonificaciones para los niños, y ellos no. Nuestros hijos tendrán escuelas y guarderías, sus hijos estarán en el sótano. Así venceremos en esta guerra”, dijo el presidente Petro Poroshenko en 2015 (aquí). La escapará la asonancia con la discriminación respecto a los llamados “no-vax”, privados de trabajo, sueldo, escuela. Ocho años de bombardeos en Donetsk y Lugansk, con cientos de miles de víctimas, 150 niños muertos, gravísimos casos de tortura, violación, secuestro y discriminación (aquí)).

El 18 de febrero de 2022, los presidentes de Donetsk, Denis Pušilin, y de Lugansk, Leonid Pasechnik, ordenaron la evacuación de la población civil hacia la Federación Rusa, a causa de los enfrentamientos en curso entre la Milicia Popular de Donbass y las Fuerzas Armadas de Ucrania. El 21 de febrero, la Duma Estatal (cámara baja del Parlamento ruso) ratificó por unanimidad los tratados de amistad, cooperación y asistencia mutua presentados por el presidente Putin con las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk. En ese contexto, el presidente ruso ordenó el envío de tropas de la Federación Rusa para restablecer la paz en la región de Donbass.

Cabe preguntarse por qué, en una situación de flagrante violación de los derechos humanos por parte de fuerzas militares y aparatos paramilitares neonazis (que enarbolan banderas con la cruz gamada y exhiben la efigie de Adolf Hitler) contra la población de habla rusa de las repúblicas independientes, la comunidad internacional debería considerar condenable la intervención de la Federación Rusa y, de hecho, culpar a Putin de la violencia. ¿Dónde está el tan cacareado derecho a la autodeterminación de los pueblos, vigente el 24 de agosto de 1991 para la proclamación de la independencia de Ucrania, reconocido por la comunidad internacional? ¿Y por qué motivo se escandaliza hoy en día por la intervención rusa en Ucrania, cuando la OTAN ha llevado a cabo intervenciones en Yugoslavia (1991), Kosovo (1999), Afganistán (2001), Irak (2003), Libia y Siria (2011), ¿sin que nadie haya planteado alguna objeción? Sin olvidar que en los últimos diez años Israel ha atacado repetidamente objetivos militares en Siria, Irán y Líbano para evitar la creación de un frente armado hostil en su frontera norte, y ninguna nación ha propuesto sanciones contra Tel Aviv.

Resulta espeluznante ver la hipocresía con la que la Unión Europea y Estados Unidos -Bruselas y Washington- dan su apoyo incondicional al presidente Zelenskyj, cuyo gobierno persigue impunemente desde hace ocho años a los ucranianos de habla rusa (aquí), a los que incluso se les prohíbe hablar en su propio idioma en una nación con muchos grupos étnicos, de los que el ruso representa el 17,2%. Y es escandaloso que se haga silencio sobre la utilización de civiles como escudos humanos por parte del ejército ucraniano, que coloca emplazamientos antiaéreos en el interior de los centros habitados, hospitales, escuelas y guarderías, precisamente para que su destrucción pueda causar muertes entre la población.

Los medios de comunicación convencionales se cuidan de mostrar imágenes de soldados rusos ayudando a los civiles a llegar a lugares seguros (aquí y aquí) u organizando corredores humanitarios, que son tiroteados por las milicias ucranianas (aquí y aquí). Del mismo modo, se silencian los ajustes de cuentas, las masacres, la violencia y los robos por parte de los sectores de la población civil, a los que Zelenskyj ha suministrado armas: los vídeos que se pueden ver en la web dan una idea del clima de guerra civil alimentado arteramente por el gobierno ucraniano. A esto se agregan los convictos liberados para alistarse en el ejército y los voluntarios de la Legión Extranjera: una masa de exaltados sin reglas ni formación que contribuirá a empeorar la situación y hacerla ingobernable.

 

El presidente Volodymyr Oleksandrovyč Zelenskyjj

Como han manifestado muchos sectores, la candidatura y elección del presidente ucraniano Zelenskyj responde a ese reciente cliché de un comediante o personaje del espectáculo prestado a la política. No se crea que estar desprovisto de un idóneo cursus honorum se considere un obstáculo para poder acceder a la cima de las instituciones. Por el contrario, cuanto más una persona es aparentemente extraña al mundo de los partidos, más se puede suponer que su éxito está determinado por los que detentan el poder. La actuación en travesti de Zelenskyj es perfectamente coherente con la ideología LGBTQ que sus patrocinadores europeos consideran requisito indispensable de la agenda de “reformas” que todo país debe adoptar, junto con la igualdad de género, el aborto y la economía verde. No es de extrañar que Zelenskyj, miembro del FEM (aquí), haya podido beneficiarse del apoyo de Schwab y sus aliados para llegar al poder y llevar a cabo el Gran Reinicio también en Ucrania.

La serie de televisión en 57 capítulos que produjo y protagonizó Zelenskyj demuestra la planificación mediática para su candidatura a la presidencia de Ucrania y su campaña electoral. En la ficción El servidor del pueblo interpretó el papel de un profesor de instituto que se convierte inesperadamente en presidente de la República y lucha contra la corrupción de la política. No es casualidad que esta serie absolutamente mediocre haya ganado, sin embargo, el premio Remi del WorldFest (Estados Unidos, 2016), se haya ubicado entre los cuatro finalistas de la categoría de comedia en los Seoul International Drama Awards (Corea del Sur) y haya sido galardonada con el premio Intermedia Globe Silver en la categoría de series de televisión de entretenimiento en el World Media Film Festival de Hamburgo.

El eco mediático obtenido por Zelenskyj a través de la serie de televisión le ha reportado más de 10 millones de seguidores en Instagram y ha creado la premisa para la constitución del partido homónimo Servidor del Pueblo, del que también forma parte Ivan Bakanov, director general y accionista (junto al mismo Zelenskyj y al oligarca Kolomoisky) del Estudio Kvartal 95, propietario de la cadena de televisión TV 1+1. La imagen de Zelenskyj es un producto artificial, una ficciónmediática, una operación de manipulación del consenso que, sin embargo, ha conseguido crear en el imaginario colectivo ucraniano el personaje político que, en realidad, y no en la ficción, ha conquistado el poder.

“Apenas un mes antes de las elecciones de 2019 que le dieron la victoria, Zelenskyj habría vendió la empresa [Estudio Kvartal 95] a un amigo, mientras seguía encontrando la manera de que su familia recibiera las ganancias del negocio que había abandonado oficialmente. Ese amigo era Serhiy Shefir, que posteriormente fue nombrado consejero de la Presidencia. […] Las acciones se vendieron en beneficio de Maltex Multicapital Corp., una empresa propiedad de Shefir y registrada en las Islas Vírgenes Británicas” (aquí).

El actual presidente ucraniano promocionó su campaña electoral con un anuncio extremadamente perturbador (aquí) en el que, armado con dos ametralladoras, disparaba contra miembros del Parlamento, a los que acusaba de ser corruptos o serviles a Rusia. Sin embargo, la afirmación del presidente ucraniano de ser un “servidor del pueblo” contra la corrupción no se corresponde con la imagen que emerge de los llamados Pandora Papers, en los que se indica que el multimillonario judío Kolomoisky[1] le pagó 40 millones de dólares en vísperas de las elecciones en cuentas en el extranjero (aquíaquí y aquí)[2][2]. En su país, muchos le acusan de haber arrebatado el poder a los oligarcas prorrusos, no para dárselo al pueblo ucraniano, sino para reforzar su propio grupo de intereses y, al mismo tiempo, deshacerse de sus adversarios políticos: “Liquidó a los ministros de la vieja guardia, en primer lugar, al poderoso ministro del Interior Avakov.

Jubiló al presidente del Tribunal Constitucional que bloqueaba sus leyes. Cerró siete canales de televisión de la oposición. Ha detenido, acusándolo de traición, a Viktor Medvedcuk, prorruso, pero sobre todo líder de la opositora Plataforma de oposición por la Vida, el segundo partido más importante del parlamento ucraniano después de su Siervo del Pueblo. También está juzgando por traición al ex presidente Poroshenko, sospechoso de todo menos de estar aliado con los rusos o sus amigos. El alcalde de Kiev, el popular ex campeón mundial de boxeo Vitaly Klitchko, ya ha sido objeto de algunas investigaciones. En resumen, Zelenskyj parece querer limpiar públicamente a todo aquel que no esté alineado con su política” (aquí).

El 21 de abril de 2019 es elegido presidente de Ucrania con el 73,22% de los votos y el 20 de mayo jura su cargo; el 22 de mayo de 2019 nombra a Ivan Bakanov, director general de Kvartal 95, primer jefe adjunto de los Servicios de Seguridad de Ucrania y jefe de la Dirección Principal de Lucha contra la Corrupción y el Crimen Organizado de la Dirección Central del Servicio de Seguridad de Ucrania. Junto a Bakanov, cabe mencionar a Mykhailo Fedorov, vicepresidente y ministro de Transformación Digital, miembro del Foro Económico Mundial (aquí). El propio Zelenskyj ha admitido que se inspira en el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau (aquí y aquí).

 

Las relaciones de Zelenskyj con el FMI y el Foro Económico Mundial (FEM)

Como ha demostrado el trágico precedente de Grecia, la soberanía nacional y la voluntad del pueblo expresada por los Parlamentos son anuladas de facto por las decisiones de la alta finanza internacional, la cual interfiere en las políticas de los gobiernos con chantajes y verdaderas extorsiones de naturaleza económica. El caso de Ucrania, uno de los países más pobres de Europa, no es una excepción.

Poco después de la elección de Zelensky, el Fondo Monetario Internacional amenazó con retener el préstamo de 5.000 millones de dólares si no se adecuaba a sus exigencias. Durante una conversación telefónica con la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, el presidente ucraniano fue reprendido por haber sustituido a Yakiv Smolii por un hombre de su confianza, Kyrylo Shevchenko, menos proclive a cumplir los diktat del FMI. Anders Åslund escribe en Atlantic Council: “Los problemas que rodean al gobierno de Zelenskyj están creciendo en forma alarmante. En primer lugar, desde marzo de 2020, el presidente ha llevado a cabo un retroceso no sólo de las reformas llevadas a cabo bajo su mandato, sino también de las iniciadas por su predecesor, Petro Poroshenko. En segundo lugar, su gobierno no ha presentado propuestas plausibles para abordar las preocupaciones del FMI sobre los compromisos incumplidos de Ucrania. En tercer lugar, el presidente ya no parece tener una mayoría parlamentaria en el poder y parece desinteresado en formar una mayoría reformista” (aquí).

Es evidente que las intervenciones del FMI terminaron por conseguir el compromiso del gobierno ucraniano de alinearse con las políticas económicas, fiscales y sociales dictadas por la agenda globalista, empezando por la “independencia” del Banco Central ucraniano del gobierno: un eufemismo con el que el FMI pide al gobierno de Kiev que renuncie al control legítimo sobre su propio Banco Central, que constituye una de las formas de ejercer la soberanía nacional, junto con la emisión de dinero y la gestión de la deuda pública. Por otro lado, sólo cuatro meses antes Kristalina Georgieva había lanzado el Gran Reinicio junto a Klaus Schwab, el príncipe Carlos y el secretario general de la ONU, António Guterres.

Lo que no había sido posible realizar con los gobiernos anteriores fue cumplido bajo la presidencia de Zelenskyj, agraciado por el FEM (aquí) junto al nuevo gobernador del Banco Central de Ucrania, Kyrylo Shevchenko, quien, como prueba de servilismo, menos de un año después escribió un artículo para el FEM titulado Los bancos centrales son la clave de los objetivos climáticos de los países y Ucrania está mostrando el camino (aquí). Así que aquí está la Agenda 2030 realizada, bajo chantaje.

Hay también otras empresas ucranianas que tienen vínculos con el FEM: la Caja de Ahorros Estatal de Ucrania (una de las más grandes instituciones financieras de Ucrania), el Grupo DTEK (un importante inversor privado en el sector energético ucraniano) y la Ukr Land Farming (líder agrícola en el campo de los cultivos). La banca, la energía y la alimentación son sectores que encajan perfectamente con el Gran Reinicio y la Cuarta Revolución Industrial teorizada por Klaus Schwab.

El 4 de febrero del año pasado, el presidente ucraniano hizo cerrar siete emisoras de televisión, entre ellas ZIK, Newsone y 112 Ucrania, por no apoyar a su gobierno. Anna Del Freo escribe: “La Federación Europea de Periodistas y la Federación Internacional de Periodistas, entre otras, han condenado enérgicamente este acto liberticida y han pedido el levantamiento inmediato del veto. Las tres emisoras no podrán emitir durante cinco años: emplean a unas 1.500 personas, cuyos puestos de trabajo están ahora en peligro. No hay ninguna razón real para el cierre de las tres redes, aparte de la arbitrariedad de la cúpula política ucraniana, que las acusan de amenazar la seguridad de la información y de estar bajo “la maligna influencia rusa. Una fuerte reacción llegó también de NUJU, el sindicato de periodistas ucranianos, que habla de un gravísimo ataque a la libertad de expresión, ya que se ha privado a cientos de periodistas de la posibilidad de expresarse y a cientos de miles de ciudadanos del derecho a estar informados”. Como vemos, de lo que se acusa a Putin es llevado a cabo por Zelenskyj y, más recientemente, por la Unión Europea, con la complicidad de las plataformas sociales. Y prosigue: “El bloqueo de los canales de televisión es una de las formas más extremas de restricción de la libertad de prensa”, ha dicho el secretario general de la EFJ, Ricardo Gutiérrez. “Los Estados tienen la obligación de garantizar un pluralismo informativo efectivo. Está claro que el veto presidencial no se ajusta en absoluto a las normas internacionales sobre libertad de expresión” (aquí).

Sería interesante saber cuáles han sido las declaraciones de la Federación Europea de Periodistas y de la Federación Internacional de Periodistas, luego del bloqueo en Europa de Russia Today y Sputnik.

 

Los movimientos neonazis y extremistas en Ucrania

Un país que pide ayuda humanitaria a la comunidad internacional para defender a su población de la agresión rusa debería distinguirse, en el imaginario colectivo, por su respeto a los principios democráticos y a la legislación que prohíbe actividades y propaganda de ideologías extremistas.

En Ucrania actúan imperturbables -con frecuencia con el apoyo oficial de las instituciones públicas – movimientos de matriz neonazi implicados en acciones militares y paramilitares. Entre ellos se encuentran: La Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN), de Stepan Bandera, de matriz nazi, antisemita y racista, ya activa en Chechenia y que forma parte del Right Sector, Sector Derecho, una asociación de movimientos de extrema derecha constituido durante el golpe de estado de 2013/2014 en Euromaidán; el Ejército Insurreccional Ucraniano (UPA); la UNA/UNSO, un ala paramilitar del partido ucraniano de extrema derecha Asamblea Nacional de Ucrania; la Hermandad Korchinsky, que ha ofrecido protección en Kiev a miembros del ISIS (aquí); Visión Misantrópica (MD), una red neonazi extendida por 19 países, que incita públicamente al terrorismo, al extremismo y al odio contra cristianos, musulmanes, judíos, comunistas, homosexuales, estadounidenses y personas de color (aquí).

Hay que recordar que el gobierno ha apoyado explícitamente a estas organizaciones extremistas, tanto enviando la guardia presidencial a los funerales de sus miembros como apoyando al Batallón Azov, una organización paramilitar que oficialmente forma parte del Ejército Ucraniano bajo el nuevo nombre de Regimiento de Operaciones Especiales Azov y que forma parte de la Guardia Nacional. El Regimiento Azov está financiado por el oligarca judío ucraniano Igor Kolomoisky, ex gobernador de Dnepropetrovsk, considerado también el financiador de las milicias nacionalistas de Pravyj Sektor, consideradas responsables de la masacre de Odessa. Estamos hablando del mismo Kolomoisky mencionado en los Pandora Papers como patrocinador del presidente Zelenskyj. El batallón tiene relaciones con varias organizaciones de extrema derecha de Europa y Estados Unidos.

Después de una reunión celebrada el 8 de septiembre de 2014 entre el secretario general Salil Shetty y el primer ministro Arsenij Jacenjuk, Amnistía Internacional pidió al gobierno ucraniano que pusiera fin a los abusos y crímenes de guerra cometidos por los batallones de voluntarios que operan junto a las fuerzas armadas de Kiev. El gobierno ucraniano abrió una investigación oficial sobre el asunto, afirmando que ningún oficial o soldado del Batallón Azov fue investigado.

En marzo de 2015, el ministro del Interior ucraniano, Arsen Avakov, anunció que el batallón Azov sería una de las primeras unidades en ser entrenadas por las tropas del Ejército de Estados Unidos, en el marco de su misión de adiestramiento Operación Fearless Guard. El entrenamiento estadounidense se interrumpió el 12 de junio de 2015, cuando la Cámara de Representantes aprobó una enmienda que prohibía toda ayuda (incluidas las armas y el entrenamiento) al batallón debido a su pasado neonazi. La enmienda fue revocada posteriormente por presión de la CIA (aquí y aquí) y los soldados de Azov fueron entrenados en Estados Unidos (aquí y aquí): “Llevamos ocho años entrenando a estos chicos. Son muy valientes combatientes. Ahí es donde el programa de la agencia podría tener un gran impacto”.

En 2016, un informe de la OSCE responsabilizó al Batallón Azov del asesinato masivo de prisioneros, el ocultamiento de cadáveres en fosas comunes y el uso sistemático de técnicas de tortura física y psicológica. Hace unos días, el subcomandante del batallón, Vadim Troyan, fue nombrado jefe de policía de la región de Oblast por el ministro del Interior, Arsen Avakov.

Estos son los “héroes” que combaten junto al ejército ucraniano contra los soldados rusos. Y estos héroes del Batallón Azov, en lugar de proteger a sus hijos, se atreven a hacerlos picadillo, alistando a niños y niñas (aquíy aquí), violando el Protocolo Facultativo de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño y del Adolescente (aquí), referida a la participación de los niños en conflictos armados: un instrumento jurídico ad hoc que establece que ningún niño menor de 18 años puede ser reclutado por la fuerza o utilizado directamente en las hostilidades, ya sea por las fuerzas armadas de un Estado o por grupos armados.

También a ellos, inevitablemente, están destinadas las armas letales proporcionadas por a Unión Europea, incluida la Italia de Draghi, con el apoyo de los partidos políticos “antifascistas”.

 

La guerra ucraniana en los planes del Nuevo Orden Mundial

La censura contra las emisoras rusas está claramente dirigida a impedir que la narrativa oficial sea desmentida por los hechos. Pero mientras los medios de comunicación occidentales muestran imágenes del videojuego War Thunder (aquí), fotogramas de La Guerra de las Galaxias (aquí), explosiones en China (aquí), vídeos de desfiles militares (aquí), imágenes de Afganistán (aquí), del metro de Roma (aquí) o imágenes de crematorios móviles (aquí) haciéndolos pasar por escenas reales y recientes de la guerra de Ucrania, la realidad es ignorada porque ya se ha decidido provocar un conflicto como arma de distracción masiva para legitimar nuevas restricciones a las libertades en las naciones occidentales, según los planes del Gran Reinicio del Foro Económico Mundial y de la Agenda 2030 de la ONU.

Es evidente que el pueblo ucraniano, más allá de las cuestiones que podrá resolver la diplomacia, es víctima del mismo golpe de Estado global por parte de potencias supranacionales que tienen en su corazón no la paz entre las naciones, sino la instauración de la tiranía del Nuevo Orden Mundial. Hace sólo unos días, la parlamentaria ucraniana Kira Rudik declaró a Fox News, empuñando una Kalashnikov: “Sabemos que no sólo luchamos por Ucrania, sino también por el Nuevo Orden Mundial”.

Las violaciones de los derechos humanos en Ucrania y los crímenes de las milicias neonazis denunciados reiteradamente por Putin no han podido encontrar una solución política, porque fueron planificados y fomentados por la élite globalista, con la colaboración de la Unión Europea, la OTAN y el Estado profundoestadounidense, en clave antirrusa y para hacer inevitable una guerra de la cual obtener, principalmente en Europa, la adopción forzosa del racionamiento energético (aquí)[3], las restricciones de viaje, la sustitución del papel moneda por el dinero electrónico (aquí y aquí) y la adopción del DNI digital (aquí y aquí): no estamos hablando de proyectos teóricos, sino de decisiones que se van a tomar concretamente a nivel europeo y en los Estados en particular.

 

El respeto de la Ley y de las normas

La intervención en Ucrania por parte de la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea no parece tener ninguna legitimidad. Ucrania no es miembro de la OTAN y, como tal, no debería beneficiarse de la ayuda de un organismo cuyo objetivo es la defensa de sus Estados miembros. Lo mismo ocurre con la Unión Europea, que hace pocos días recibió la solicitud de Zelenskyj para formar parte de ella. Mientras tanto, Ucrania ha recibido de Estados Unidos 2.500 millones de dólares desde 2014 y otros 400 millones sólo en 2021 (aquí), más otros fondos que suman 4.600 millones (aquí). Por su parte, Putin ha concedido 15.000 millones de dólares en préstamos a Ucrania para salvarla de la quiebra. La Unión Europea, por su parte, ha enviado 17.000 millones de dólares de financiación, a los cuales se agregan los de Estados en particular. La población se ha beneficiado muy poco de esta ayuda.

Además, al intervenir en la guerra de Ucrania en nombre de la Unión Europea, Ursula von der Leyen viola los artículos 9, 11 y 12 del Tratado de Lisboa. La competencia de la Unión en este ámbito es del Consejo Europeo y del Alto Representante, en ningún caso de la presidente de la Comisión. ¿En calidad de qué la Sra. von der Leyen actúa como si fuera la jefa de la Unión Europea, usurpando un rol que no le corresponde? ¿Por qué motivo nadie interviene, especialmente frente al peligro al que se exponen los ciudadanos europeos ante las posibles represalias rusas?

Además, en muchos casos, las Constituciones de los Estados que ahora envían ayuda y armas a Ucrania no prevén la posibilidad de entrar en un conflicto. Por ejemplo, el artículo 11 de la Constitución italiana afirma: “Italia repudia la guerra como instrumento de agresión contra la libertad de otros pueblos y como medio de solución de controversias internacionales”. El envío de armamento y soldados a una nación que no forma parte ni de la OTAN ni de la Unión Europea constituye, de hecho, una declaración de guerra a la nación que es beligerante con ella (Rusia, en este caso) y requeriría, por tanto, la deliberación previa del estado de guerra, tal y como establece el artículo 78 de la Constitución: “Las Cámaras deliberan el estado de guerra y confieren al Gobierno los poderes necesarios”. Hasta la fecha, no parece que las Cámaras del Parlamento hayan sido llamadas a tomar tal decisión, ni que el presidente de la República haya intervenido para exigir el cumplimiento de la Constitución. El primer ministro Draghi, nombrado por la cábala globalista para la destrucción de Italia y su sometimiento definitivo a los poderes supranacionales, es uno de los tantos jefes de gobierno que consideran la voluntad de los ciudadanos como un obstáculo molesto para la ejecución de la agenda del FEM. Después de dos años de violaciones sistemáticas de los derechos fundamentales y de la Constitución, resulta difícil creer que anteponga los intereses de la nación a los de sus mandantes: al contrario, cuanto más desastrosos sean los efectos de las sanciones adoptadas por su gobierno, tanto más podrá considerarse apreciado por ellos. El golpe de Estado perpetrado con la emergencia psico pandémica continúa hoy con nuevas decisiones miserables, ratificadas por un Parlamento sin columna vertebral.

Constituye también una violación del artículo 288 del Código Penal italianopermitir a los ciudadanos italianos -e incluso a los miembros del gobierno de la mayoría y a los dirigentes políticos- responder al llamamiento de la embajada ucraniana para enrolarse en la Legión Extranjera: “Quien, dentro del territorio del Estado y sin la aprobación del gobierno, aliste o arme a ciudadanos para que militen al servicio o a favor de un país extranjero será castigado con pena de prisión de cuatro a quince años”. Ningún magistrado, al menos por el momento, ha intervenido de oficio para castigar a los responsables de este crimen.

Otra violación está representada por el traslado de Ucrania a Italia (y presumiblemente también a otros países) de niños obtenidos por gestación subrogada, encargada por parejas italianas en violación de la Ley 40/2004, sin ninguna sanción para los autores y cómplices de este delito.

Hay que recordar también que las expresiones de miembros del Gobierno o de representantes políticos respecto a la Federación Rusa y su presidente, junto con las sanciones adoptadas y los reiterados casos de discriminación arbitraria contra ciudadanos, empresas, artistas y equipos deportivos por el mero hecho de ser rusos, no sólo constituyen una provocación que debería evitarse para permitir una solución serena y pacífica de la crisis ucraniana, sino que también ponen en gravísimo peligro la seguridad de los ciudadanos italianos (y los de otras naciones que adoptan comportamientos similares). No se comprende el motivo de tan desconsiderada temeridad, si no es desde el punto de vista de una deliberada voluntad de provocar reacciones en la otra parte.

El conflicto ruso-ucraniano representa una trampa muy peligrosa tendida contra Ucrania, Rusia y los Estados europeos.

 

Ucrania es la víctima última de los verdugos consumados

La crisis ruso-ucraniana no estalló de repente hace un mes, sino que ha sido preparada y alimentada durante mucho tiempo, ciertamente desde el golpe blanco de 2014 promovido por el Estado profundo estadounidense en clave antirrusa. Así lo demuestra, entre otros hechos indiscutibles, el entrenamiento del Batallón Azov, por parte de la CIA, “para matar a los rusos” (aquí), forzando la Agencia la revocación de la enmienda del Congreso de 2015. Las intervenciones de Joe y Hunter Biden también apuntan en la misma dirección. Por tanto, hay evidencias de una acción premeditada a largo plazo, coherente con la imparable expansión de la OTAN hacia el Este. La revolución de color del Euromaidán y la instauración de un gobierno filo-atlantista compuesto por homines novi entrenados por las élites del FEM y de George Soros tenía como objetivo preparar el escenario para la subordinación de Ucrania al bloque atlantista, alejándola de la influencia de la Federación Rusa. Para ello, la acción subversiva de las ONGs del filántropo húngaro, apoyadas por la propaganda mediática, ha callado los crímenes de las organizaciones paramilitares neonazis, financiadas por los mismos patrocinadores de Zelenskyj.

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