El mayor robo del siglo, a manos del PSOE

Tal día como hoy, un 25 de octubre pero de 1936, partían desde Cartagena (Murcia) hacia Odessa (Ucrania) los cuatro buques soviéticos que cargaron con los casi 600.000 kilos de oro puro saqueado del Banco de España por “La banda de los Cuatro”, todos ellos del mayor robo de la Historia, un atraco portentoso en el corazón de la Nación, el latrocinio más vandálico perpetrado a un pueblo entero, la cuarta reserva de oro más importante del Mundo extraída de manera subrepticia mediante un decreto q nunca llegó a las Cortes y que fue ocultado en su verdadero alcance al que por entonces era jefe del Estado, Manuel Azaña. El cargamento fue mayor en realidad, porque no sólo contenía los lingotes, sino que muchas de las 7.800 cajas que llegaron al destino previsto contenían cientos de miles de monedas de valor numismático casi incalculable pero que casi duplicaban el valor total del cargamento de oro en lingotes. En total, quizás unos 12.000 millones de euros en lingotes y otros 20.000 millones más en el resto de objetos amonedados. Y no fue éste el último ni el único envío, pues se siguieron enviando meses después nuevos cargamentos menores, como luego se verá, además de los envíos ingentes realizados también a Francia semanas antes, así como el posterior y atroz saqueo de la caja general de reparaciones que partió hacia México en el yate Vita con todo lo robado de los Montepíos y de los tesoros de la Catedral de Toledo y de muchas otras iglesias y museos del país. A grandes rasgos puede decirse que fue el PSOE, bajo la excusa de obstaculizar la reconstrucción de España a los que pudieran ganar la guerra, quienes arrastraron a tres generaciones del pueblo español a la ruina absoluta y los condenaron a la pobreza y al hambre con su latrocinio brutal. El 20 de octubre, el director del NKVD (origen de lo que sería luego la KGB) en España, Alexander Orlov, recibió un telegrama cifrado de Stalin ordenándole organizar el envío del oro a la URSS de acuerdo con Negrín: “Junto con el embajador Rosenberg, organice con el jefe del gobierno español, Caballero, el envío de las reservas de oro de España a la Unión Soviética… Esta operación debe llevarse a cabo en el más absoluto secreto. Si los españoles le exigen un recibo por el cargamento, niéguese. Repito, niéguese a firmar nada y diga que el Banco del Estado preparará un recibo formal en Moscú”, ”, decía el telegrama encriptado Orlov, que meses después de regresar a la URSS temió por su vida al ver cómo estaban purgando y asesinando a los compañeros suyos que habían participado en la operación del oro español y huyó a EE.UU., se propuso llevar a cabo la operación con los tanquistas soviéticos que acababan de llegar a España. En un posterior informe al Subcomité del Senado de los Estados Unidos declaró lo siguiente: “Deseo subrayar que, en aquel tiempo, el gobierno español (…) no controlaba completamente la situación. Le dije francamente al ministro de Hacienda Negrín que si alguien se enteraba de ello, si los anarquistas interceptaban a mis hombres, rusos, con los camiones cargados de oro español, los matarían y sería un tremendo escándalo político en todo el mundo, que incluso podría provocar una revolución interna. Por ello (…) le pregunté si el gobierno español podría extenderme credenciales bajo algún nombre ficticio (…) como representante del Banco de Inglaterra o del Banco de América, porque entonces (…) podría decir que el oro se estaba transportando a América por razones de seguridad (…) Negrín no puso ninguna objeción. Pensó que era una buena idea. Yo hablaba un inglés relativamente bueno y podía pasar por extranjero. Por lo tanto, me extendió las credenciales de un hombre llamado Blackstone y me convertí en el representante del Banco de América”. El día 22 de octubre de 1936 se personó en Cartagena Francisco Méndez Aspe, jefe del Tesoro y hombre de confianza de Negrín, que ordenó la extracción nocturna de la mayoría de las cajas de oro, con un peso aproximado de setenta y cinco kilos cada una, las cuales fueron transportadas en camiones y cargadas en los buques KIM, Kursk, Nevá y Volgolés. Según relató Orlov años más tarde y su testimonio se publicó hasta en la revista Reader’s Digest: “Una brigada de tanques soviéticos había desembarcado en Cartagena dos semanas antes y ahora estaba estacionada en Archena, a 40 millas. La mandaba el coronel S. Krivoshéin, al que los españoles conocían como Melé. Krivoshéin me asignó veinte camiones militares y otros tantos de sus mejores tanquistas (…) Los sesenta marinos españoles habían sido enviados al polvorín con una hora o dos de anticipación (…) Y así, el 22 de octubre, al anochecer, me dirigí, seguido de una caravana de camiones, al depósito de municiones (…) La salud de Méndez Aspe era algo muy serio. Era un hombre muy nervioso. Nos dijo que debíamos interrumpir la carga o pereceríamos [a causa de un bombardeo alemán]. Le respondí que no podíamos hacerlo, porque los alemanes continuarían bombardeando el puerto y el barco se hundiría, así que debíamos seguir. Entonces huyó y dejó solo a un ayudante, un español muy agradable que se encargó de contar las cajas del oro”. El oro tardó tres noches en ser embarcado, y el 25 de octubre los cuatro barcos se hicieron a la mar rumbo a Odessa, el gran puerto soviético del Mar Negro. Acompañaban a esta expedición, como personas de confianza, cuatro claveros del Banco de España (un clavero era un custodio de las llaves de las cajas fuertes del Banco): Arturo Candela, Abelardo Padín, José González y José María Velasco. Curiosamente, no deja de sorprender que Orlov había reseñado 7.900 cajas y Méndez Aspe 7.800 cajas, así que el recibo final fue por 7.800 y no se sabe si fue un error o si es que Méndez Aspe salió huyendo como una cucaracha no por el presunto bombardeo alemán que alegó, sino porque tal vez había usurpado 100 cajas repletas de oro. El convoy puso rumbo a la URSS, y la noche del 2 de noviembre Stalin recibió noticia de que habían arribado a Odessa tres barcos cargados con oro –el Kursk se demoró unos días por avería-, concretamente con 5.779 cajas, de las 7.800 reseñadas. Uno de los colaboradores del general del GPU, Válter Krivitski, describió así la apabullante escena en el puerto ruso: “Toda la zona próxima al dique fue despejada y rodeada por cordones de tropas especiales. A través de ese espacio vacío entre el muelle y las vías del ferrocarril, los más altos jefes de la GPU transportaban las cajas de oro a sus espaldas. Durante varios días estuvieron transportando el oro, cargándolo en los camiones y llevándolo a Moscú en convoyes armados. Intentó darme una idea de la cantidad de oro que habían descargado en Odessa mientras caminábamos por la gran Plaza Roja. Señaló la extensión que nos rodeaba y dijo: «Si todas las cajas de oro que apilamos en los muelles de Odessa se colocaran aquí una al lado de otra, cubrirían completamente la Plaza Roja». El oro, custodiado por el 173 regimiento del NKVD, se trasladó de inmediato al Depósito del Estado de Metales Preciosos del Comisariado del Pueblo para las Finanzas, en Moscú, donde fue recibido en calidad de depósito de acuerdo a un protocolo, fechado el 5 de noviembre, por el que se nombraba una comisión receptora formada por los representantes del Comisariado de Finanzas, J.V. Margoulis, director del Servicio de Metales Preciosos, O.I. Kagán, director del Servicio de Divisas, el representante del Comisariado de Negocios Extranjeros y el embajador español en la Unión Soviética, Marcelino Pascua. El oro arribó a la capital soviética un día antes del 19º aniversario de la revolución de octubre. Entre los días 6 y 7 tuvo lugar la llegada y aceptación de las cajas que contenían metales preciosos de acuerdo con «la declaración verbal del embajador de la República Española en Moscú y de los empleados del Banco de España que acompañan el convoy… (puesto que) las cajas no están numeradas ni provistas de facturas de acompañamiento que hubieran indicado la cantidad, el peso y el contraste del metal». Según Orlov, Stalin celebró la llegada del oro con un banquete al que asistieron miembros del Buró Político en el que habría dicho: «Los españoles no verán su oro nunca más, como tampoco ven sus orejas», expresión tomada de un proverbio ruso. Pocos días después, entre el 9 y el 10 de noviembre llegaron las últimas 2.021 cajas, las que viajaban en el Kursk (mismo nombre del celebre submarino nuclear que muchos años después, al caer la URSS, quedó atrapado en el fondo del mar Báltico). A continuación se procedió al recuento de una muestra de 372 cajas que iban a servir para redactar el acta de recepción preliminar, la cual quedó levantada el 20 de noviembre. Seguidamente, se recontó el total del depósito, para lo cual los cuatro claveros españoles habían previsto un plazo de un año, trabajando ellos solos en dos turnos diarios de siete horas; sin embargo, el recuento, que comenzó el 5 de diciembre, terminó el 24 de enero de 1937, pese a haberlo efectuado con el máximo esmero. Se abrieron 15.571 sacos, encontrando en su interior 16 clases distintas de monedas de oro: libras esterlinas (el 70%), pesetas españolas, luises y francos franceses, marcos alemanes, francos belgas, liras italianas, escudos portugueses, rublos rusos, coronas austriacas, florines holandeses, francos suizos, pesos mexicanos, pesos argentinos, pesos chilenos y, por supuesto, una extraordinaria cantidad de dólares estadounidenses.

El depósito completo ascendía a 509.287.183 kilogramos de monedas y 792.346 kilogramos de oro en lingotes y recortes: un total, pues, de exactamente 460.568.245,59 gramos de oro fino. El valor numismático las monedas era muy superior al del oro que contenían, aunque los soviéticos no lo calcularon ni tuvieron en cuenta. Sin embargo, sí pusieron extraordinario cuidado en enumerar las monedas que eran falsas, defectuosas o que contenían menos oro del debido. Los soviéticos jamás explicaron qué hicieron con las monedas raras y antiguas, aunque es dudoso que las fundieran.

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