Estaría bueno que, para variar, el festejo sea local además de global, que dure para siempre, que no falte la comida, que sea libre y también soberano para que cada uno aporte lo que pueda y quiera según sus necesidades y patrimonios.

Eso sí, sugiero que en el menú reduzcamos un poco las grasas animales, que no le pongamos plástico a los canapés, nada de petróleo en las copas, fuegos artificiales radioactivos mejor no, ruidos molestos y embotellamientos de tránsito menos, que evitemos fumar gases de efecto invernadero aunque sea por ese día, que suspendamos para siempre todas las guerras habidas y por haber, que nadie se pare a decir un doble discurso y que brindemos con agua de lluvia sin drenajes ácidos.

Y que al final de la fiesta, todos reunidos delante de la torta que tiene una porción igual para cada uno, le cantemos con ganas “y que cumplas muchos más” como una manera de decirle a nuestro moribundo que sí, que lo escuchamos de una vez por todas y que lo de muerto está por verse.

*Dr. en Ciencias Ambientales. Investigador Independiente del CONICET. Profesor de Sociología Ambiental en la Universidad Nacional de Salta (UNSa)