Es probable que el hombre común, el que ha soportado la cuarentena sufriendo, pasando necesidades, con apenas diez metros propios en sus viviendas, o menos, comprenda que la solidaridad es una necesidad y que amplíe su espíritu y entienda que el otro es uno mismo. Que sin el otro no existe el nosotros y así se abra una puerta a la esperanza de un mundo más sensato.
Ni cambiará la corrupción incorporada genéticamente a nuestra política. No cambiará el rol de la mujer en Salta, a pesar de que son más estudiosas que los hombres. Seguiremos con un Senado de hombres. Los estados gobernados por mujeres fueron los más eficientes en combatir la pandemia y recuperar el ritmo económico. Pero en Salta la eficiencia de la mujer en el mundo no tiene peso. Por eso no accede a funciones de conducción. No cambiará la realidad de que menos del diez por ciento de la población de Salta tiene doce senadores y el resto once.
Lo que si cambiará es el aumento de la desocupación, de la inflación, fábricas y negocios cerrados, el endeudamiento no solo del Estado sino también los de sus habitantes. Lo que no cambiará es que las normativas excepcionales que cercenaron nuestras libertades permanecerán en el tiempo por la necesidad de la autocracia de que desaparezcan los controles, la opinión independiente y la voluntad de ser libres.
Con un pueblo educado y participativo la Justicia dejará de ser un nido ineficiente y vetusto, de complicidades, nepotismo, endogamia y corporativismo y lograremos jueces independientes, capaces de dar a cada uno lo suyo. Podremos tener un sistema de controles a la gestión pública independiente, eficaz y sin corrupción y un sistema de legislación que nos asegure un buen servicio en el dictado de las leyes. Con mandatos acotados. Pero por sobre todas las cosas con la posibilidad de revocar los mandatos de los corruptos e ineptos y de imponer mediante el protagonismo de la sociedad normas que se impongan a la voluntad de nuestros mandatarios. El mandatario es quién recibe órdenes de su mandante y con un pueblo educado los mandantes seremos todos nosotros. Y con un pueblo organizado y libre los dueños del mundo no podrán imponernos sus normas.
Por: Santos J. Dávalos
