ORIGEN, PSICOLOGÍA Y SALIDA DE LA PANDEMIA DE CORONAVIRUS
Dr. Josep Mª Fericgla
-I-
Hay una antigua narración de origen persa conocida como “Historia de Möshkil Gosha”. Habla del proceso de evolución psicológica de los seres humanos, de los peligros que acechan al buscador de la verdad última y de cómo actúa lo inefable cuando el sujeto se aleja demasiado de su propia naturaleza eterna —por «inefable» se puede entender el inconsciente profundo, la divinidad o lo transpersonal. En Próximo Oriente, es un cuento tan conocido como lo son la Caperucita Roja o la historia de Alicia en el País de las Maravillas en Occidente. Incluso en los países que surgieron de la antigua Persia, existe una grave tradición conocida como «Ajile Möshkil Gosha» que, se podría decir, es el cuento puesto en práctica.
Como suele suceder, el cuento no habla explícitamente del proceso de individuación, en el sentido que C.G. Jung dio a tal expresión, sino que se trata una sabia narración surgida de escuelas herméticas muy antiguas, es una historia de las que «duermen a los niños y despiertan a los adultos» por las resonancias arquetípicas que provoca en la persona que lo narra y en las que la escuchan.
En uno de los párrafos clave para entender el sentido profundo del cuento, tras mucho esfuerzo realizado con poca consciencia, una voz salida de la nada dice al protagonista de la narración, un leñador viudo que vive con su hija: “Si lo necesitas mucho y lo deseas poco, encontrarás el camino para satisfacer tus necesidades”.
En la realidad psíquica, las necesidades evolutivas individuales y colectivas que no son mínimamente satisfechas por la dimensión consciente y racional de la psique, lo son por las tremendas e imprevisibles fuerzas instintivas del inconsciente, o la persona muere anímicamente. Y la satisfacción de las necesidades, cuando es impulsada por el inconsciente, no siempre sucede a gusto de las preferencias conscientes.
Desde hace un siglo, y especialmente en el último medio siglo, la humanidad ha generado y vive en una realidad insostenible desde casi todos los puntos de vista, y tan desatinada en el mundo exterior como en el mundo interno de las personas. No es necesario entrar en los datos para retratar una situación conocida por todos: explosión demográfica en los países pobres del sur; pirámide invertida de los grupos de edad en los países del norte, donde una población envejecida y camino del sobre envejecimiento sin sentido, requiere cada vez más atenciones; insensata sobreexplotación de los recursos naturales hasta el punto de tener los días contados, lo cual implica cada vez menos alimentos sanos, carencia de materias primas, escasez de agua limpia y menos aire respirable; acumulación de la riqueza material en manos de minorías cada día más reducidas y estrangulantes, que controlan la producción y distribución mundial de los bienes y de la tierra; consumismo con un patrón psicópata —cada vez a más— aupado por la producción de objetos y servicios inútiles; pérdida de los valores espirituales —no digo solo confesionales—, de la confianza y de la solidaridad interpersonal que mantenía la humanidad más o menos encaminada hacia la búsqueda de la bondad y la trascendencia, y fatídico alejamiento del inconsciente y de sus contenidos, de esa gigantesca dimensión de nuestra psique de donde surge el sentido trascendente de la vida, la consciencia de la atemporalidad, la creatividad, la intuición y el amor.
Esta peligrosa y desequilibrada realidad mental, económica, ecológica y cultural tiene como correlato psicológico directo el estado de depresión que afecta a un 30% de la población en los países post-industrializados. Esta depresión que afecta al occidental medio, a su vez, es hija del excesivo desasosiego causado por dos fuentes exógenas: la presión social y la soledad, ambas en curva ascendente.
-II-
Es sabido que cuando la dimensión consciente de una persona o de un colectivo no es capaz de resolver las tensiones que le afectan hasta trascender los opuestos e integrarlos en la consciencia, cuando esta tensión se mantiene más allá de un cierto nivel y tiempo, suelen actuar los recursos del inconsciente por medio de procesos simbólicos internos —por ejemplo a través de los sueños— y de realidades externas insoslayables. Es el típico caso de la persona que ha hinchado su ego de fatua vanidad y pedantería hasta romper la conexión con la humildad que comporta realismo y proximidad afectiva, y que ha puesto barricadas en la conexión con su dimensión inconsciente. Resulta que, un buen día, sale a la calle con la cabeza bien alta luciendo su elegante y costoso traje nuevo, tropieza con el bordillo de la acera que ha salvado innumerables veces y cae de bruces sobre un charco de agua. Ha sido el inconsciente que, ante el inminente peligro de desconexión entre la dimensión consciente e inconsciente de la psique y la muerte anímica que ello conlleva, ha empujado al sujeto a un acto fallido, como se conocen en psicología analítica este tipo de sucesos, para evitar tal escisión. Podemos añadir que, tal vez salga el conserje, al que nuestro sujeto ni tan solo saludaba al entrar o salir de su edificio, para ayudarlo a ponerse de pie y recoger sus pertenencias del suelo mojado. Las culturas antiguas creían totalmente que tales actos son escarmientos de las fuerzas superiores —dioses, espíritus o presencias animistas— a las personas que actúan en contra del bien social protegido por los tabúes, de sus necesidades psicológicas o de la armonía con la naturaleza. «Dios lo ha castigado por pretencioso», tal vez diría el humilde conserje.
Si observo la pandemia, esta desmedida situación que estamos viviendo en todo el mundo, ya no solo en Occidente, desde hace un mes y poco, pienso en la dimensión psicológica del fenómeno. No discuto el origen vírico de tal parálisis mundial, no soy microbiólogo. Tampoco me refiero a la psicología individual en sus formas de reacción a la confinación mundial y el miedo irracional al contagio. En este sentido, es cierto que contemplo con preocupación la actual y brutal tensión que genera la obligatoriedad de permanecer encerrados en casa, recluidos sin excusas a menos que la persona necesite alimentos o esté infectada por el coronavirus, en cuyo caso se la traslada a un hospital. Este escenario, toda la humanidad aislada y cada uno encerrado en su espacio doméstico, hace poco más de un mes hubiera sido un mero argumento de ciencia ficción de poca creatividad. Hoy es la realidad que genera situaciones psicopatológicas de gran dolor.
Así, y según acaba de publicar la prestigiosa revista científica “The Lancet” tras revisar estudios realizados en situaciones similares del pasado, el 57% de las personas confinadas presentan cuadros de irritabilidad, y el 73% sufren de un estado bajo de ánimo, los dos trastornos psicológicos más frecuentes en los individuos sujetos a cuarentena. Además de ello, los estudios revisados muestran otra gran variedad de trastornos mentales provocados por la reclusión tales como depresión, ansie-dad, insomnio, ira, miedo, síntomas de estrés postraumático, aburrimiento, nerviosismo, tristeza, sensación de soledad, agotamiento emocional… Sin embargo, no todas las personas estudiadas han mostrado síntomas negativos, un pequeño porcentaje del 5% afirmó sentirse feliz durante la cuarentena y en un 4% de los casos hasta reconocía sentirse aliviado. Muy probablemente son aquellos casos de personas que han aprendido a distinguir entre sus necesidades y sus deseos («si lo necesitas mu-cho y lo deseas poco…»). Pero no voy a referirme ahora a nada de ello.
-III-
En estos momentos, estamos sufriendo consciente y materialmente la incertidumbre de no saber qué sucederá mañana, tensión psíquica desconocida como experiencia inmediata por el occidental medio, cuya civilización ha crecido justamente apoyada en la previsibilidad. Tal incertidumbre genera resistencias psicológicas expresadas en forma de irritabilidad y de ánimo decaído, resistencias que probablemente durarán alguna semana más hasta que la sociedad las trascienda y cada persona empiece a aceptar su situación con cierta calma, como siempre ha sucedido.
Como apuntaba, desde hace un siglo, y más acentuadamente desde el último medio siglo, los humanos nos hemos ido desconectando de las fuerzas imponderables del inconsciente y hemos entrado en una espiral de enseñoreo de la limitada racionalidad. Incluso la psicología, disciplina que debería estar focalizada en la comprensión de la irracional, instintiva, trascendente e inefable alma humana, se ha empeñado en afirmar absurdamente que solo aquello cuantificable puede ser objeto de estudio de la «ciencia del alma», significado etimológico de psicología. De ahí que la acomplejada escuela cognitivo-conductual, descendiente del conductismo skinneriano, reduce la dimensión interna del humano al esquema mecánico estímulo-respuesta, desechando las ignotas profundidades del inconsciente de donde salen y han salido desde los albores de nuestra especie los mundos simbólicos y visionarios que son las semillas de toda cultura. Simplemente, y para poner un ejemplo por todos conocido, los tres pilares elementales de la cultura y de los valores occidentales —la Biblia, la Odisea y la Divina Comedia— han surgido de estados mentales inspirados y visionarios, de los mundos del inconsciente, no de la mente racional.
Paso a paso, nos hemos ido alejando peligrosamente del inconsciente a lo largo del periodo histórico más reciente. Incluso las emociones, los afectos, la atención y la espiritualidad, las dimensiones más cualitativas y esenciales de nuestra existencia psíquica, pretenden ser moduladas por la limitada racionalidad. En lugar de desvelar lo que bulle detrás de un malestar, de buscar su etilogía y remediarla, se inten-ta resolverlo con psicofármacos recetados para combatir los estados depresivos —causados por la falta de atención y orden en el mundo interno—, el insomnio —resultado de la excesiva presión social—, la ansiedad —producto de estar con la mente y las emociones en el futuro en lugar de experimentar el presente—, y hasta se pretende paliar racionalmente la inspiración y las conductas anómalas de los niños cuando no se comportan como sus padres y la sociedad esperan. Es decir, se les diagnostica de TDA, a pesar de que el trastorno por déficit de atención infantil es el resultado habitual de la patológica falta de atención de calidad que dedican los adultos a los niños.
Por otro lado, gracias a la sólida aportación de los primeros patriarcas de la psicología contemporánea, especialmente a la contribución de C.G. Jung, algo fundamental cambió en la cosmovisión occidental. Tal aportación se resume en el hecho de haber redescubierto para nosotros que aquello que las culturas tradicionales situaban fuera de los seres humanos, en realidad lo llevamos dentro y lo proyectamos sobre el mundo externo. Lo que los helénicos concebían como el mundo de los dioses del Olimpo, es una realidad surgida de nuestro inconsciente y proyectada fuera. Cada divinidad puede ser entendida como una pulsión psíquica de la mente humana que es puesta fuera para poder relacionarnos con ella, como realidad externa.
Este es uno de los hechos sobre los que la psicología analítica insistió e insiste incansablemente: la realidad psíquica es y debe ser entendida como verdadera realidad, no como algo insubstancial o fantasioso. La psique humana dispone de un quantum incalculable de sabiduría y energía inconsciente que puede proyectarse y cristalizar en el mundo externo dando lugar al mundo fenoménico, el único realmente insubstancial que es reconocido por la cultura occidental como “real”, cuyo patrón compulsivamente consumista y devocional hacia la tecnología ha conducido a la humanidad a la pandemia para compensar las ya excesivamente peligrosas carencias psicológicas y desconexión de la naturaleza.
Es conocido que en el dintel de entrada del antiguo oráculo de Delfos estaba escrita la famosa frase «Conócete a ti mismo», adoptada por los romanos con el NOSCE TE IPSUM. El oráculo del templo de Delfos, a través de sus sacerdotisas o sibilas, daba consejo a viajeros, políticos y a cualquier persona que le consultara sobre alguna empresa que planificaban a realizar. Durante siglos acudieron personajes de la talla de Filipo II rey de Macedonia, Pirro rey de Épiro, Cicerón, Juliano y otros césares romanos que viajaban hasta este rincón de la Grecia helénica para consultar sus proyectos.
En el mismo templo había otra inscripción menos conocida. Se hallaba en la sala subterránea donde estaba la sabia sibila, mujer que era disciplinadamente entrenada desde niña para intuir y decodificar el mensaje de los oráculos. Esta segunda inscripción rezaba así: «Te advierto, quienquiera que tú fueres, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si ignoras las excelencias de tu propia casa ¿Cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y los dioses». La sabiduría griega clásica ya contemplaba que lo que el hombre corriente concibe como una realidad exterior, el sabio sabe que es una proyección del mundo interior. Conócete a ti mismo y conocerás los dioses.
-IV-
Así pues, cabe pensar que una parte de los fenómenos externos están causados por energías psíquicas en acción, y no voy a mencionar la tan recurrida ciencia cuántica pero ésta, desde hace ya un siglo, es el puntal científico a tal propuesta. El mundo interior modula el exterior, si ganas la batalla dentro de ti, has ganado fuera…