Nota de opinión de Ernesto Cataldi en referencia a la Fundación de la ciudad de Salta.
Hoy cumple años la ciudad y sus angostas calles, las que en sus orígenes fueron de tierra o barro según la época del año, por ellas solía estampar sus huellas el Cocherito de la Zamba, después de eso pasaron a ser de ripio, luego de adoquines y finalmente de asfalto u hormigón.
Curioso homenaje se les hace hoy desde la comuna retrotrayendolas su origen barroso.
Las obras municipales se han eternizado, parecen heridas que no terminan de cerrar.
Se multiplican los lagos rectangulares en plena ciudad, pero no son lagos románticos con sapos cancioneros, más bien parecen criaderos de moscas y mosquitos portadores potenciales de dengue, zika o chikunguña.
Estos pacíficos abrevaderos contrastan con el caos de las calles circundantes en donde los salteños padecen una interminable pesadilla circulatoria.
Enormes ómnibus compiten con autos motos y bicicletas por el angosto derecho a pasar, no es asunto de cobardes, Darwin tenía razón, tiende a prevalecer el más fuerte, el más decidido.
Un alto funcionario municipal dice en tono técnico que “ya bajaron fondos de Nación para las obras”, o sea que la plata no es el problema, todo apunta al error humano del Valle de Lerma. Dicen por ahí que las obras se atomizaron para evitar el molesto demoroso tramite de la licitación pública.
Obras lentas, adjudicadas a dedo, deficientes controles en los gastos, nada nuevo en la tierra del General (del otro General que no es Güemes).
El problema es tan grave y permanente que capaz sea mejor dividir la ciudad en dos (como Buda y Pest) y cada tanto nos visitemos los de un lado con los del otro.
La otra es que contratemos un software de inteligencia artificial que nos motive a que nos pongamos de novios con la vecina, hagamos las compras en el barrio y trabajemos “on line” así no andamos circulando, molestando y echando humo por ahí.
Que viva el siglo XXI.