Tradicionalmente, cuando la humanidad es azotada por pestes y desastres universales, los simples tratan de encontrar respuestas en el favor o en la ira de los dioses. Como suele ser costumbre de estos seres superiores, se valen del silencio sepulcral sobre sus actos, metodología también utilizada por sus representantes ensotanados, egregios del «no sabe, no contesta». Entonces es que cunde el desasosiego y el temor: ¿Quién podrá salvarnos?, suele ser la expresión más popular.
Cuando el oriental virus intitulado COVID-19 comenzó su avance sobre la cultura occidental y algo cristiana, se bajaron puertas y ventanas y como en la antigüedad se cerraron los portalones de ingreso a las ciudades para proteger a los ciudadanos de la ira suprema.
pero…
Palurdos hay que quedaron fuera de los límites sagrados y a la buena de Dios y alguien tenía que hacerse cargo de obrar el milagro de introducirlos nuevamente al redil social. ¿Cómo hacerlo si no es por obra y gracia de algún cortesano dueño del llavero de la ciudad? Como se ve, los tiempos cambian, las pandemias se renuevan pero los procedimientos son los mismos.
A salvar la vida de los «varados» vino una empresa que supo obtener pingües beneficios en tiempos del rey Juan Manuel I, que como el «Juan sin Tierra» de Robin Hood también fue un tirano y gobernó doce años, aunque éste terminó con mucha tierra (La historia se repite, decía Aristóteles), empresa ésta conocida por el nombre de su titular «Silvia Magno». Lenguas de vecinas enojadas por haber quedado fuera del reparto señalaban en los corrillos que sería quizás, asociada o algo similar a una hermana del desterrado Juan Manuel I.
Las cosas así, cuenta la historia que mientras los guardias de palacio sometían al poblado a férrea cuarentena y aislamiento, en las noches, protegidos por la oscuridad se desplazaban los colectivos de la dicha Silvia Magno sembrando «varados» aquí y allá, incluso, provistos de protección real.
Por más que hubieron voces cuestionando estos tránsitos nocturnos, el silencio pontificio no dio razón de cuál era el hechizo utilizado por la Magno para hacerse invisible y trasponer los muros de la ciudad.
En cierta ocasión, uno de los vasallos cercanos al poder agradeció públicamente los «servicios gratuitos» de la dicha Silvia Magno, lo cual era una admisión implícita de que el hechizo se había cocinado en alguna «Olla Pirula» que ardía «allá arriba».
Y así fue la historia de las idas y venidas de la Magno, que en uso de una altanería propia de cortesana allegada llegó a decir «Es mi negocio ¿y qué?», develando que sus honorarios por trasponer la seguridad eran más altos que el común.
Todo venía bien hasta que una mañana, un colectivo de la Magno fue detenido en la Metrópoli de aquel país de Nunca Jamás y resultando que los transportados no tenían certificado de «Libre Virus», unidad y sospechosos de infectos quedaron detenidos a la vera del camino. Una cuarentena móvil, se diría.
En tanto, en estas tierras, el mismo vasallo cortesano que antes agradeciera a la Magno, ahora se apuraba a declarar en un bando con tambor que «El Gobierno de Salta no contrata colectivos de Silvia Magno», librando al talante de los dioses a los 13 -vaya número- de movilizados. O inmovilizados, más bien…
Queda al final la duda, sobre el prodigio que utiliza esta mujer -Silvia Magno- para vulnerar prohibiciones, fronteras e incluso proteger a los transportados de todo virus. De comprobarse que la Magno posee el secreto de tal alquimia, habremos de ir todos los habitantes del reino en pos de sus buses y combis e instalarnos a vivir en ellos, donde tendremos plena seguridad de ser salvos. Aquello sería como una versión telúrica del Arca de Noé, más o menos.
De todas maneras, queda por resolver este Nudo Gordiano de saber quién es el Merlín que en las noches permite el pasaje «a piacere» y cobrando altas sumas a esta empresa cuando otras más grandes incluso hasta despiden gente por no poder mover ni una rueda.
Como se dice de Alejandro Magno –obviamente sin parentesco con Silvia Magno, de lo contrario esta mujer sería matusalénica-, que terminó con el enigma del Nudo Gordiano, hay cuestiones en la aldea que el Supremo debería terminarlas de igual forma: de un solo tajo.
Colorín, colorado…, todavía hay alguien allí arriba que precisamente, no se pone colorado.
Por: Bartolomé Basurto
