por el primer gobierno peronista. Quienes lo conocieron afirman que del recordado dirigente radical tomó la conducta de la austeridad.
Al lado de Illia y Balbín
Concejal en San Nicolás y senador provincial, al dividirse el partido, en 1957, militó junto a Balbín en la Unión Cívica Radical del Pueblo. Elegido diputado nacional, fue un tenaz defensor de la presidencia de Illia.
Al frente de la Cámara de Diputados “armonizaban tendencias con una sonrisa y aplacaba rebeliones con un apretón de manos”, según el testimonio de su hija Ana, en una carta de lectores publicada en LA NACION al cumplirse diez años del crimen, con la democracia ya recuperada en plenitud, durante el gobierno de Raúl Alfonsín.
Tras un fuerte debate interno con sus correligionarios, Mor Roig aceptó en 1971 el ofrecimiento del general Lanusse para hacerse cargo del Ministerio del Interior, con la misión de llevar adelante una salida electoral, que se cristalizó en marzo de 1973, luego de derogar la ley 18.795 y reinsertar a los partidos políticos en la legalidad. Fue el arquitecto del Gran Acuerdo Nacional, inspirado en una iniciativa de La Hora del Pueblo, la confluencia de varios partidos que ya en 1970 reclamaban la recuperación de la democracia.
Con el retorno de la vigencia constitucional, Mor Roig se retiró de la vida política activa, escribía artículos en el diario El Día, de La Plata, y había vuelto a su actividad como abogado. Radicado en la ciudad de Buenos Aires con su esposa, en un departamento de la calle Arenales, en 1974 trabajaba en el asesoramiento legal de una fábrica en San Justo.
Por ese motivo, el abogado y dirigente político radical se encontraba ese mediodía fatal en el restaurante “Rincón de Italia”, ubicado en la esquina de la avenida Provincias Unidas y Pichincha, de San Justo. El local tenía unas 50 mesas, con ventanales que daban sobre las dos calles, a cinco cuadras del establecimiento fabril al que asesoraba. Justamente, lo acompañaban en ese momento un directivo de la empresa y otra persona que según algunas crónicas era un custodio.
En forma imprevista, un comando de seis guerrilleros de Montoneros acribilló a balazo0s a Mor Roig. Dos de ellos se habían ubicado en una mesa cercana y, cuando llegaron sus compañeros en un vehículo, le dispararon una ráfaga de tiros. Mor Roig tenía 59 años.
Las características del operativo, especialmente por la gran cantidad de disparos, tenía una similitud con el asesinato del líder sindical José Ignacio Rucci, ocurrido diez meses antes. La víctima representaba un símbolo y el crimen tenía otros destinatarios, más allá del blanco elegido.
Al igual que con el secuestro y posterior desaparición de su secretario de prensa Edgardo Sajón, ocurrido en abril de 1977 y atribuido a la represión ilegal de la Armada durante la última dictadura militar, Lanusse consideró el asesinato de Mor Roig como un atentado contra su propia persona.
El propio Lanusse estaba convencido de que “la prédica del Gran Acuerdo Nacional implicaba reconocer la existencia de Perón y tratar con él, en caso de ser posible”. Así lo expresaba el propio militar en su libro Confesiones de un General. Allí define a su ministro Mor Roig como un “político puro y culto” y sostiene que la enmienda constitucional que emprendió en 1972, para determinar las reglas electorales que regirían en el proceso de apertura institucional y que incluía la novedad del ballotage, eran, a sabiendas, transitoria y fue llevada adelante por “honorables y sabias personas”. Y admite en ese libro que pudo haber cometido errores y que no supo “acercar a Perón a una política de reconciliación”.
Mariano De Vedia
Publicado en La Nación
