Dogma vacunal: las advertencias del padre de la pediatría argentina
El doctor Florencio Escardó y una objeción al sistema hecha hace más de 40 años pero que parece escrita hoy. Falta de pensamiento crítico en los médicos y sanitaristas, la influencia de la presión cultural y la curiosa uniformidad de las publicaciones son algunos de los cuestionamientos que formula. La vigencia de un médico fuera de lo común de cuyo fallecimiento se cumple este mes el 30º aniversario.
Que el doctor Florencio Escardó fue un hombre que se adelantó a su tiempo es sabido. A él se debe, por ejemplo, algo tan natural hoy como que las madres puedan acompañar a sus hijos durante una internación, una necesidad que él vio 32 años antes de ser aceptada. A él se debe también la visión de la pediatría como medicina de la familia, la defensa del niño como persona, y la consideración de los factores emocionales y afectivos en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades de los niños. Por no decir que tuvo otras intuiciones que exceden la medicina, como la incorporación de las mujeres en el Colegio Nacional de Buenos Aires y el Carlos Pellegrini, que hasta entonces eran solo para varones. La clarividencia del considerado ‘padre de la pediatría argentina’ se extiende a un ámbito que se ha mantenido velado y que será más difícil de digerir para los “tragacionistas” de la actualidad: sus cuestionamientos al dogma vacunal. Sí, ese mismo dogma que desde hace más de dos años es el corazón de esta nueva ciencia convertida en religión. “Soy antivacunista”, escribió sin complejos Escardó tan temprano como en 1981, en un artículo publicado en la “Revista Colombiana de Pediatría y Puericultura”.
El texto, titulado “El peligro vacunal”, fue también reproducido en 1998 y en 2015 por la revista “Homeopatía” de la Asociación Médica Homeopática Argentina. Hoy, con los nuevos vientos que soplan, ese artículo no tiene la difusión que se esperaría dada su importancia. No sería extraño que se quiera recortar esa porción del legado de este pediatra, poeta y periodista, tan respetado como popular, pionero además entre los divulgadores de la medicina en los medios. Más asombra aún ese silencio por la extraordinaria vigencia de los conceptos que allí expresa. No solo se refiere al dogma vacunal, sino también a la falta de pensamiento crítico por parte de los médicos, la sujeción a premisas “que se aplican con impasibilidad draconiana” por responsables de la salud pública y hasta la “curiosa uniformidad” de publicaciones médicas. ¿Le suena?
Como punto de partida, Escardó pone de manifiesto en el artículo un concepto de Claudio Bernard, que en su opinión es clave a la hora de pensar en vacunas e infecciones: “El germen es nada, sino que el organismo es todo”. Y, en sentido, señala un error: “Cuando introducimos una vacuna en individuos múltiples tomados en forma masiva, procedemos como si el germen tuviese virtudes unívocas y decisivas, en forma unilateral y como si todos los organismos fuesen iguales, no sólo entre sí sino en todos los momentos de su trance vital”.
“La naturaleza dio a Pasteur las respuestas a las preguntas que él le formuló, pero hace ya bastante tiempo que serios investigadores están formulando nuevas preguntas que determinen nuevas respuestas; respuestas que obligan a replantear el problema y los problemas de las vacunas y las vacunaciones”, insta Escardó ya en ese entonces, en el que remarcaba que, a pesar de esta realidad, “las premisas postpasteurianas se mantienen con la ponderosa fuerza de un dogma inamovible al que se someten médicos, sanitaristas y gentes del común y que aplican con impasibilidad draconiana los responsables de la salud pública. Los libros y las revistas médicas repiten con curiosa uniformidad que en lo individual las vacunas precaven al sujeto de enfermedades y que en lo social son los beneméritos agentes de la desaparición de epidemias seculares”.
“Se da por sentado -además – que su introducción en el organismo no produce efecto o consecuencias negativas de ningún género”, subraya el pediatra, quien -como sucede en la actualidad- hace notar que “las publicaciones revisionistas son muy escasas”. Como contrapartida, apunta que “las nada escasas publicaciones sobre accidentes vacunales no tienen acceso a la gran prensa médica, ni a las diluviales publicaciones paramédicas que inundan a diario el correo del doctor”.
En su libro “El alma del Médico”, de 1959, Escardó ya brindaba opinión precisa sobre el tema. “Con mi maestro Gareiso hemos documentado con el nombre indicativo de ‘El peligro vacunal’ varios casos de graves secuelas neurológicas y psíquicas post vacunales; trabajos publicados en la Revista de la Sociedad Argentina de Pediatría, cuyas autoridades de hoy parecen haber olvidado completamente el problema”, se queja, seguramente sin imaginar que ese vergonzoso “olvido” por parte de la entidad que nuclea a los pediatras del país perduraría hasta hoy.
SLOGANS PUBLICITARIOS
A continuación, Escardó -quien firmaba sus columnas en los diarios bajo los seudónimos primero de Juan de Garay y más tarde como Piolín de Macramé- derriba los fundamentos de dos de las bases del dogma vacunal, que perduran en nuestros días. Aunque, en realidad, se trata de meros slogans publicitarios, que cualquiera con el incentivo adecuado está dispuesto a repetir.
Respecto de la afirmación que sostiene que “la regresión de las epidemias es el resultado directo de las vacunaciones”, el célebre pediatra argumenta: “Quien se asome con atención y sin prejuicios a la historia de la enfermedad (que no hemos de confundir con la historia de la Medicina) no puede menos que admitir que desde los tiempos más remotos las epidemias aparecen, se difunden, culminan y se borran según un ciclo propio y peculiar que ni la higiene ni la medicina han podido modificar ni poco ni mucho”.
Asimismo, confiesa sentirse asombrado ante el hecho de que no se haya aplicado una óptica científica al caso bien documentado de milagros que han logrado dejar indemne un pueblo determinado en medio de una peste general. “A ningún sanitarista, -que yo sepa-, se le ha ocurrido estudiar las condiciones ecológicas, higiénicas y psicológicas de quienes han logrado la indemnidad”, escribe.
“Los modernos o mejor dicho la ciencia positivista, cree haber aclarado el problema y proclama que las epidemias se han extinguido gracias a las vacunaciones. La pretensión circula sin patente o mejor dicho con patente de corso; alimenta las pragmáticas de las autoridades sanitarias y se suma a las proclamas triunfalistas de la medicina dominante. Sin embargo, está muy lejos de ser exacta. Las enfermedades son entidades biológicas y por lo tanto sujetas a la evolución y las evoluciones que caracterizan a las estructuras vivas y vivientes. Es larga la lista de entidades patológicas que la historia registra y que han desaparecido de la nosología. Para explicar tal desaparición se elude de modo genérico a los efectos de la higiene, de lo que globalmente llamamos progreso y a los adelantos (también genéricos) de la ciencia. Pero ello constituye una falsa inferencia ya que tales enfermedades han desaparecido por igual en núcleos humanos que llamamos adelantados y en otros a los que no han llegado todavía ni la higiene, ni el progreso, ni los adelantos de la ciencia”, enfatiza.
A modo de ejemplo menciona el caso de la lepra, “que desapareció y dejó de ser contagiosa en Europa ya a principios del siglo para ir declinando en frecuencia y gravedad aún en las zonas de poblaciones menos favorecidas del mundo”. Al respecto apunta: “Si un Jenner hubiese descubierto y aplicado una vacuna antileprosa hoy diríamos con firme convicción que era la vacuna la causa de tal efecto. Por lo demás la observación directa permite mirar con otra óptica la dinámica de las epidemias”.
Por otra parte, se muestra insatisfecho con la explicación acerca de cómo se producen los contagios. “El contagio directo de persona a persona como fenómeno simple y lineal no prueba mucho. Que varios miembros de una familia se vean atacados sucesiva o simultáneamente no constituye una prueba de que el germen pase de un sujeto a otro, fenómeno que aceptamos por inducción pero que nadie ha visto directamente. Si fuera así, la enfermedad seguiría transmitiéndose de un individuo a otro, a pesar de los aislamientos y cuarentenas, sin embargo el proceso se detiene siempre en un determinado momento”, indica.
Y prosigue: “Es lógico y no humillante -escribe el doctor Emily en su libro ‘Les microbes sont’ils nos ennemies’-, aceptar que nuestros organismos sufren la influencia de fenómenos que la ciencia no ha identificado aún con precisión: radiaciones del espectro de la luz, electricidad, campos magnéticos, emanaciones de la corteza terrestre, etc.; fenómenos que, en determinados momentos, pueden manifestarse en un punto del globo con una intensidad más o menos grande, tal cual el más banal de los fenómenos atmosféricos”.
Escardó cita un hecho significativo incluido en el libro de Arthur Beaven sobre los pájaros. “Un día en un pueblo de Egipto vio como millares de golondrinas se reunían y se formaban en grupos para partir. Como no era aún la época en que atraviesan el mar y van a Europa para huir del calor, expresó su sorpresa a un habitante del país quien le dijo ‘¿Sabe lo que ésto significa? Que antes de una semana tendremos una epidemia de cólera, lo he podido comprobar ya por dos veces’. Una vez más los hechos le dieron la razón, de lo que el lugareño dedujo que las golondrinas tienen un servicio de informaciones sanitarias que les advierte a tiempo de la aparición del flagelo”, continua el pediatra, quien agrega que se han hecho observaciones análogas antes de las epidemias de fiebre amarilla y de peste.
“Cito estos datos por su pintoresquismo y por su fuerza suasoria sobre la existencia de factores generales en la producción de las epidemias más allá de la ultrasimplificación del paso del microbio de sujeto a sujeto, pero, a mayor abundamiento, todo el mundo sabe el definido cambio de comportamiento de las hormigas y de los caracoles de mar al aproximarse un eclipse de sol”, expresa.
“Saber corriente es que las últimas grandes epidemias de gripe, contra la cual no hay vacuna efectiva, no sólo estallaron en países que padecían particulares situaciones de depresión político-social sino que curiosamente eligieron sus víctimas entre sujetos jóvenes; exceptuando en números estadísticamente válidos a los niños y a los ancianos. No he de continuar con este apasionante tema que sólo rozo para señalar la debilidad de la afirmación de que es gracias a la vacuna que desaparecen las epidemias”, insiste.
Escardó también apunta que aunque la BCG no ha sido utilizada en Nueva York de 1924 a 1944, la caída de la mortalidad (por tuberculosis) alcanzó cerca de un 95% y que en Río de Janeiro se producían alrededor de 80 casos de polio por año. “Era una enfermedad benigna que a veces se confundía con un resfrío, gripe, angina, etc., tomando raras veces la forma de parálisis. Pues bien, en 1965, después de años de vacunaciones masivas con la Salk, de 1956 a 1961 y, posteriormente, con la Sabin desde esta última fecha, el número de casos sobrepasó los 700, esta vez con muchos casos de parálisis respiratorias. La opinión pública y las autoridades se conmovieron hasta el punto de hacer venir personalmente al doctor Sabin. Sus palabras tranquilizadoras no impidieron que los casos de polio alcanzaran la cifra actual de 1.200”, detalla.
El pediatra y divulgador, nacido el 13 de agosto de 1904 en Mendoza, explica que estos dos últimos ejemplos no son excepciones, sino la expresión de un fenómeno mucho más general, así como lo atestigua el profesor Lépine en la Encyclopedia universalis: “En contraste con estos resultados (referidos a la regresión de la poliomielitis en Europa), que constituyen la más estridente victoria jamás obtenida por las vacunaciones, los informes de la OMS demuestran que en otras regiones (Africa-América Latina), de treinta y cuatro países vacunados con vacuna viva, veinticuatro registraron un aumento de los casos de poliomielitis: de manera tal que, si se consideran setenta países de las regiones tropicales o subtropicales, se comprueba que hubo en 1966 un incremento de la poliomielitis hasta en un 300%”.
Escardó aclara en el texto que, si bien ha tomado algunos ejemplos típicos, “hay muchos más que imponen conclusiones categóricas a la lógica; pero misteriosamente -o no tan misteriosamente- no llegan a la conciencia médica profesional, ni a la conciencia pública general”, enfatiza.
Respecto de la segunda gran afirmación del dogma vacunal -que las vacunas no acarrean daño secundario alguno-, el pediatra considera que “es grave, muy grave, intelectual y moralmente que un fenómeno tan notorio como la posible y frecuente nocividad de las vacunas pueda permanecer negado”.
Detalla que en algunas circunstancias concretas el hecho puede ser explicado: porque el vacunador, como regla, no vuelve a ver nunca más al vacunado, o bien porque los médicos, por inercia cultural, en su inmensa mayoría no relacionan con la vacuna los trastornos que el organismo manifiesta “post hoc”, lo que por lo demás no requiere esfuerzo alguno para ser aceptado por cualquier ser pensante: “se trata de la introducción en el organismo de gérmenes vivos, bien que teóricamente atenuados en su capacidad patogenética, pero que una vez dentro del cuerpo adquieren independencia biológica y se comportan con determinantes simbióticas particulares que se ven condicionadas por las capacidades específicas del estado orgánico del receptor que son principalísimas (‘el organismo es todo’ de Claudio Bernard)”, recalca.
Esta relación se ejemplifica de modo paradigmático -dice Escardó- en lo que llamamos la experiencia de Bornholm, establecida antes de que la bioelectrónica descubriese el pleomorfismo de los microbios que debemos sospechar ante el hecho notorio de que la destrucción de los gérmenes por efecto de los antibióticos ha sido sucedida por una verdadera explosión de enfermedades por virus, entre las que, subrayémoslo, deben contarse las vacunas.
“En 1928 Calmette y Guerin vacunaron sistemáticamente con BCG a toda la población de la dinamarquesa isla de Bornholm; tras una observación de 20 años Guerin publicó los resultados: descenso de la mortalidad por tuberculosis en el orden del 30% en los menores de 20 años y entre el 10 y el 15% en los de más de 30 años. Naturalmente, se proclamó como una victoria del BCG, aunque es legítimo pensar que a lo largo de 20 años tuvieron que haber cambios en las condiciones económicas e higiénicas de la isla. Pero en 1952 apareció súbitamente en todo el territorio insular una enfermedad neurológica que en ciertos casos adquiría el cuadro clásico del Heine Medin y fue el Prof. Lépine quien la denominó como enfermedad de Bornholm, y atacó precisamente a todos los vacunados con BCG”, relata Escardó, para luego añadir: “Posteriormente la enfermedad ha aparecido en otros países en los que también se aplicaba la BCG. De nuevo se planteaba el problema grave de la relación organismo-germen. Si muchas veces la relación es favorable, en otras muchas, no lo es y se traduce por situaciones patológicas múltiples que es preciso reconocer, al lado de efectos menores: fiebre, malestar, decaimiento, diarrea (recuerdo que la Sabin produce como regla general diarreas puesto que el germen vacunante se reproduce en el intestino, y con no escasa frecuencia formas variadas de poliomelitis que casi siempre regresan)”.
Otro de los aspectos que inquietan al pediatra es que mientras los fabricantes aceptan y advierten la posible aparición de efectos adversos como trombocitopenia, polineuritis, púrpura y panencefalitis, vinculadas con ciertas vacunas, tal como queda reflejado en el Diccionario de Productos Farmacéuticos – 3º Edición 1978-79, apunta, “el público y las autoridades sanitarias siguen repitiendo e imponiendo el dogma de la inocuidad absoluta”. “Es éste un libro inspirado por intereses comerciales que expone responsablemente la verdad última: ¿cómo no llega a la conciencia médica?”, se pregunta Escardó.
“Es necesario que los médicos se habitúen a registrar como posible causa patógena en la historia clínica de todo niño la fecha de vacunación y estoy cierto de que apenas sistematicen el procedimiento verán esclarecidas muchas situaciones clínicas que sin el dato vacunal aparecen confusas”, propone, y luego agrega: “Se cuentan por cientos los niños que a partir de la vacunación comienzan a presentar en forma repetida una serie de catarros, anginas, amigdalitis, urticarias, eczemas y dermatitis variadas que resisten la mejor terapéutica escolar consistente como se sabe, en andanadas de antibióticos y corticoides”.
Escardó reitera que es necesario que los médicos se habitúen a pesquisar a la vacuna como posible y probable condición patogenética ya que por inercia cultural suelen pasarla por alto en los interrogatorios. “Subrayo que siempre que haya habido una reacción por leve que sea atribuible a la vacunación, contraindicar su repetición es sensato”, sugiere.
MAS ERRORES
Escardó cita además el caso de una noticia publicada en agosto de 1981 en La Nación que informa de una epidemia de sarampión en Salta, sobre la que señala dos graves y que asombran por su semejanza con lo que ha ocurrido durante el covid: que se está vacunando en tiempo de epidemia, que se manifiesta que la vacuna es el único instrumento eficaz de protección.
“Técnicamente hablando, vacunar en época de epidemia constituye un grave error iatrogénico. En la obra ‘Bases de Inmunología’ de los Dres. Nota, Nejamkis y Giovanniello (Edit, López 1978) en las páginas 41 y 42 se describen las dos fases de la elaboración de anticuerpos provocados por la introducción de un antígeno, proceso que dura entre 10 y 14 días, de lo que se deduce, como anota Grispan que el durante este proceso defensivo provocado por cualquier vacuna se produce una sobre-infección por el agente epidémico, se duplican los riesgos del vacunado. No será necesario recordar el ‘primum non nocere’ que rige o debe regir nuestra moral hipocrática”, detalla el lúcido pediatra.
“La segunda inexactitud consiste en afirmar que la vacuna es el único instrumento eficaz, cuando lo que debe aplicarse es la gamma globulina específica aún cuando sea muy cara y menos ofrecida por las entidades comerciales que dominan el mercado”, dice en alusión a la supresión de un tratamiento eficaz, tal como sucedió con el covid.
MENSAJE A LOS MEDICOS
Al referirse al problema profesional concreto, Escardó confiesa que su deseo es ayudar a sus colegas en la tarea de cada día y ante una situación cultural concreta, cuyos voceros repiten que la vacuna es inocua en lo negativo. “Personalmente soy antivacunista y no vacuno a aquellos que de mí dependan. Pero respetuoso absoluto del derecho ajeno, cuando los padres me plantean su deseo de vacunar a sus hijos procedo así: les doy una larga, prolija y detallada explicación sobre la realidad de las vacunas y les pregunto si por remoto que sea, están dispuestos a asumir el riesgo. Si el deseo se transforma en decisión, determino las vacunaciones en absoluta discrepancia con el esquema sanitario oficial que ustedes conocen”, afirma con convicción.
Escardó también abrazó la homeopatía para atender a sus pacientes. Y, reconoce en ella su utilidad en la prevención de enfermedades. “La buena doctrina homeopática, a la que también me he atenido, sostiene que aplicado el simillimum, el organismo, ganada su plenitud vital no requiere ser vacunado, pero acepto que a veces no está absolutamente seguro de haber hallado el remedio constitucional indiscutible ya que, en ocasiones los síntomas no se ofrecen con nitidez convincente y en el lactante, sujeto primario de la intención vacunal, no nos está permitido esperar demasiado”, puntualiza, para enseguida añadir: “La vacunación homeopática está en consecuencia más que autorizada y además nunca es nociva. Conclusión que para quien haya leído este trabajo es prenda de paz en la mente y la conciencia”.
Todo el artículo de Escardó es en realidad profético y merecería la pena ser leído y meditado. “Es legítimo suponer que si Pasteur viviera hoy sufriría al ver sus conclusiones convertidas en dogmas y sus trabajos considerados como una meta última y definitiva”, lamenta Escardó, quien falleció el 31 de agosto de 1992. Pero la nueva ciencia, convertida en religión, parece ya no tolerar cuestionamientos. Ni siquiera los del ‘padre de la pediatría argentina’.