Los enjuagues de la Medicina llevaron al neumonólogo de niños Claudio Linares a renunciar al hospital donde trabajó en Terapia Intensiva y el Centro Respiratorio y a romper con la Sociedad Argentina de Pediatría. La pandemia como punto de quiebre.
Luego de haber trabajado 30 años en nuestro país en un hospital de niños considerado uno de los más importantes del Latinoamérica, Claudio Linares, pediatra neumonólogo, confiesa que se siente incómodo dentro de la medicina tradicional porque “lo ha defraudado”. A sus 65 años, ha sido testigo en primera persona de la saturación del sistema sanitario en cada invierno, de cómo se priorizan inversiones para mejorar la imagen del centro hospitalario por encima de aquellas que son necesarias para brindar asistencia de calidad a los pequeños pacientes, y de los fuertes intereses económicos que llevan a manipular los protocolos de investigación impulsados por laboratorios en estos hospitales. La pandemia de covid terminó de abrir sus ojos. La inconsistente recomendación de inocular a niños con un producto cuyos riesgos parecen exceder los beneficios, fue la gota que rebasó el vaso. A partir de entonces, advierte a un número creciente de seguidores en sus redes sociales (censuradas y vueltas a abrir como @claudiolinares_pediatria), escribió el libro “Despierten padres” (Universo de Letras, 2020) y atiende en su consultorio del barrio de Mataderos a pacientes que vienen a verlo desde lejos. También renunció a la Sociedad Argentina de Pediatría, que integró durante 26 años.
Linares recuerda que su obsesión por entrar al hospital que en ese momento consideraba como “el más científico y el más serio de Latinoamérica” lo llevó a rendir dos veces el examen de ingreso a la residencia: en 1983 y en 1984, cuando logró quedar entre los 33 primeros de los 800 aspirantes.
– ¿Qué lo decidió a seguir Pediatría?
-Yo era hijo de un diariero y el quiosco de mi papá estaba en la puerta del Hospital de Ezeiza. Desde los tres o cuatro años que acompañaba a mi papá, veía a los médicos y me parecían Superman en ese momento. Entendía la medicina, pero no comprendía cómo podían dedicarse a los adultos. Pensaba en la pediatría porque era una especialidad que tenía más vínculo con lo sano y sentía que era más útil protegiendo a los chicos y no a los grandes. Por eso la pediatría. Nunca pensé en otra cosa.
– ¿En esa época de niño a los médicos se los veía como dioses en bata blanca?
– Vivo en el mismo barrio y, al vivir en un barrio, tenés otro vínculo con los médicos. Era más cercano, más humano. La medicina no estaba tan tecnificada, era más el vínculo paciente y médico. Antes se charlaba más con los pacientes, era más personal la relación.
– ¿Cómo fue su relación con la profesión desde el momento en que ingresó al hospital de niños?
– Soy muy feliz de atender pacientes pediátricos. Pero en el hospital son muy “científicos”. Si no mostrabas algo, no tenía valor. Me han invitado a participar a veces de protocolos de investigación. El hospital tiene un gran servicio de investigación. Y cuando me mostraban cómo había que hacer, cómo era investigar, decidió dedicarme a hacer sólo asistencial. Soy uno de los diez primeros pediatras neumonólogos de la Argentina. Porque no existía la especialidad. Pero me negué porque no entendía cómo se estudiaba a los niños. Sigo hoy sin entenderlo. Soy sincero. Me ha pasado de pelearme una vez con el jefe de la sala: yo hacía guardia y entró un paciente. Lo mediqué como tenía que hacerlo y, al día siguiente, este jefe me dice: “Me tendrías que haber llamado porque este paciente estaba en protocolo”. Después me enteré: si yo le ponía corticoides, él tenía que sacarlo del protocolo. Y creo que en ese momento el laboratorio le daba entre 2.500 y 3.000 dólares por cada paciente en protocolo.
– ¿Ese fue su primer momento de extrañeza?
– Si, fue el primer momento. Para entonces ya llevaba diez años en el hospital. Y a mí me echaron dos veces de allí. Una fue cuando era residente. Estaba rotando por la unidad de oncología y se muere mi paciente preferida. Veo caminar una cucaracha por la cabecera de su cama. Soy escritor y poeta, entonces, como catarsis, escribo una carta a la revista Humor, en referencia a esa situación. La envié como una paloma al viento. Al mes siguiente, estando de vacaciones en Villa Gesell, pasa un compañero mío y me dice: ¿No te enteraste que te echaron del hospital? Mi carta había sido publicada como carta de lectores en la revista. Se reunió el Consejo Administrativo del hospital y decidieron echarme. Porque si yo no estaba feliz en el hospital, tenía que irme. El asunto no era limpiar las cucarachas, sino limpiar a Claudio.
Yo había sido afiliado radical y en ese momento estaban los radicales en el gobierno. El doctor Lechuga va como Ministro o Secretario, se entera de esta situación, y me manda a llamar para informarme su decisión de que no me alejara del hospital.
-¿Cómo fue la segunda vez que lo echaron?
– Nosotros todos los años tenemos déficit de camas entre los meses de junio y julio. No es nuevo eso, no es del covid. Eso viene de 50 años atrás. Entonces nos reunimos los siete médicos del día con el jefe de la sala y dijimos: no podemos seguir ventilando niños en el pasillo. Nos pusimos de acuerdo todos y determinamos que con el próximo paciente que cayera en terapia intensiva y que no hubiera cama, había que hacer una denuncia pública. Como los directores del hospital estaban puestos a mano, ninguno de ellos quería escupir para arriba porque los sacaban del cargo. No eran por concurso. Y el primer día que llegó un paciente y no había camas fue un miércoles, que era mi día de guardia. Entonces le aviso al jefe de sala, el doctor Bustamante, que iba a hacer una denuncia. El fiscal de menores vino a los 45 minutos, me hizo declarar ante un secretario, y luego vino el director del hospital. Creo que en ese momento se pagó una cama privada para solucionarlo. Al día siguiente, cuando estaba a punto de irme a las 8 de la mañana, me avisan que tengo que pasar por la dirección. El director me da un papel en blanco y me pide que firme. Me dice que era para ahorrar tiempo: “Firme su renuncia y ahorramos tiempo”. Ya me habían echado hacía cinco o seis años atrás. Lo llamé a Bustamante y terminó en nada. Terminó en un legajo, que quedó cajoneado porque en realidad todos los médicos le habíamos mandado una carta documento a él advirtiendo que frente al próximo paciente que necesitara terapia intensiva iba a ocurrir eso. La denuncia era porque la situación nos obligaba a discriminar. Si había seis niños en una terapia, bien atendidos, cada uno con dos enfermeras, ¿por qué iba yo a ventilar un niño en los sillones del pasillo? Era necesario que alguien hiciera algo.
– Ese fue también un momento bisagra….
– A partir de allí me fui desilusionando un poco sobre lo que era más importante en un hospital, sobre el hecho de que la cara del hospital era más importante que la atención… Nosotros somos visitados por políticos toda la vida un mes antes de las elecciones porque vienen a sacarse fotos.
Nosotros éramos el Boston Children’s hasta las 14 horas y desde las 14 hasta las 8 de la mañana siguiente éramos un hospital de Angola. No había camilleros, los médicos empujaban las camillas…
– La realidad de lo que pasa en la mayoría de los hospitales…
– En todos lados.
– ¿Hasta cuándo trabajó en el hospital de niños?
– Hasta 2014. Sufrí de burnout por hacer guardias en esas condiciones. Y después decidí renunciar, lo cual muy difícil para mí. Nunca dejé una guardia mía, nunca pedí que me cubrieran una noche para ir a dormir a mi casa. Porque, cuando yo ya estaba por renunciar, harto de todo, me enteré que había médicos que prestaban su firma para que otros hicieran la guardia y hacía cuatro o cinco años que no venían al hospital. Si el médico cobraba 30 mil pesos la guardia por antigüedad y otros factores, pero la guardia se cobraba 20 mil, entonces pagaba 20 mil al reemplazante nuevo y se quedaba con 10 mil. El seguía ganando y seguía teniendo la carrera hospitalaria.
– ¿El dejaba su firma y sello?
– Ese médico, en los papeles, nunca dejó de hacer guardia. El que lo cubría usaba su nombre y número de matrícula. El síndrome de burnout sucede porque los hospitales funcionan como una locura. Ocurre mucho en el médico, en el anestesiólogo… Nunca quise pasar a planta porque eso significaba ir a tomar café a las 9 de la mañana, hacer investigación, hacer todas estas tramoyas que había en el hospital y atender menos pacientes. Hay médicos que lo hacen y lo hacen muy bien. Pero yo prefería ir un solo día, 24 horas (después iba extra, sin cobrar). Prefería eso que hacer lo del pasaje a planta.
Después de renunciar, el burnout fue mejorando, aunque con algunas secuelas. Pero me dije: ¿qué gano yo yendo a un hospital donde protesto todo el día y donde la protesta no llega a ningún lado? Tuve doce días, casi dos semanas, sin tener oxígeno en dos camas y dos o tres guardias antes de que me agarrara el burnout, me cruzo en el pasillo del hospital con la directora y me dice: “¿Sabés que vamos a trasplantar un niño de riñón?”. Un trasplante de riñón cuesta 500 mil dólares y arreglar el oxígeno del centro respiratorio del hospital salía 100 mil o 50 mil. Entonces, ella quería más la pantalla y la fama de trasplantar un niño que mejorar su establecimiento. Creo que eso es concluyente.
-¿Fue testigo de la injerencia de los laboratorios en el hospital y en la práctica de la pediatría?
-Sí. Fui testigo en el hospital y en mi consultorio. Un día vienen de un laboratorio a mi consultorio y me dicen: qué lindo que tenés el consultorio, pero te falta una televisión. Le digo que no pongo televisores porque no me interesa. Y él me responde: “Si podemos tener 15 recetas tuyas por mes de este medicamento, yo te traigo la tele y la conectamos”. Le dije: no quiero tele y tampoco me interesa el medicamento.
– ¿Ese fue un visitador médico?
– Sí. En el hospital pululan a la mañana. Están por todos lados. Incluso un laboratorio tenía un stand adentro del hospital con sus llaves y te da la medicación. A nosotros nos venía bien, pero no es bueno que un laboratorio sea patrocinador del mejor hospital.
– Y está todo el tema de los viajes, los congresos…
– Me enteré mucho después de los congresos, cuando mis amigos cambiaban el auto cada dos años y yo seguía con el mismo. Me preguntaba: ¿cómo hacen? Yo estaba trabajando a destajo. Mucho más que ellos. Y después me enteré de que ellos estaban en el ambiente este de investigación y estaban avalados por los laboratorios. Por eso a mí el covid no me hizo tanto ruido. Ya sabía cómo funcionaba…
– ¿Cómo fue eso?
– Ya sabía desde antes cómo funcionaban los laboratorios. Quieren meter un producto que no está avalado, que no está investigado. Lo investigan. Pero cuando te cae un paciente que te perjudica el protocolo del producto, no sacan el producto, sacan al paciente. Van modificando el curso del estudio, sacando los pacientes que no les convienen. Entonces: ¿cuán serias son estas investigaciones? Y después aparecen las famosas revistas que dicen que tal medicación es espectacular para tal enfermedad porque “nuestros casos tuvieron un 85% de curaciones”. Lógico. Si sacás a los pacientes que te molestan, te va a dar 85%.
– ¿Por lo tanto para 2020, cuando llega la pandemia, ya sentía un desencanto con la medicina?
– Al haber vivido el hospital, la medicina “top”, tenía una visión muy clara de lo que era. Entonces empecé a meditar, a estudiar medicina hindú, medicina china. El estudio de otras medicinas me llevó a pensar: nos estamos engañando porque estamos haciendo medicina de 200 años cuando hay otras culturas que hacían desde hace 5.000 años cosas mejores que nosotros. Venía medio desencantado. Cuando aparece el covid, creí en todo este movimiento, los muertos que hubo en Wuhan, el primer lugar donde apareció el covid, y que para seguir atendiendo teníamos que estar vacunados… Me vacuné sin dudar. Como no tocaban a mi grupo de niños, estaba fantástico. Porque mis pacientes no estaban tocados. Las vacunas decían claramente: prohibidas para menores de 16 años. Pero estando en México, me entero que para fines de agosto o principios de septiembre del año pasado iban a vacunar a los niños argentinos. Empiezo a leer y veo que encima los iban a vacunar con Sinopharm. Entonces les dije a todos mis pacientes que no se vacunaran. Ese fue el drama de vida. Porque yo era un tipo conocido en el ambiente médico (puedo parecer soberbio, pero no lo soy), había muchos médicos que me derivaban pacientes, por ser un neumonólogo viejo, que me dedicaba a los pacientes. Pero a partir de ahí todo cambió.
-¿Sus colegas no quisieron escucharlo?
– Recién ahora, en estos días, algunos están movilizados. Me enteré porque había pacientes que se habían vacunado, pero hoy cuando se tienen que dar el refuerzo, dicen que tal médico les dice que ya no se den más refuerzos. Entonces pienso, bueno, ese médico leyó o escuchó o algo está pasando. Empiezan a decir: “no, tercera dosis no, mami. Esperemos un poquito”. Las mamás me cuentan. Antes venía una madre y te decía: “Claudio, mi hijo es el único que no está vacunado en el jardín”. Y ahora te dicen: “Mis amigas ya no quieren saber nada con el tema de los bebés”. Espontáneamente, está dándose la no vacunación de bebés contra el covid. Hay un cambio de conciencia. Es tan serio esto que está pasando… renuncié a la Sociedad Argentina de Pediatría.
– ¿Cuándo?
– En febrero o marzo. Tenía 26 años de antigüedad y les puse: renuncio por el tratamiento que están haciendo del tema covid en niños. Renuncié a las 14 y a las 14.20 me aceptan la renuncia. No me preguntaron nada. Ahora veo que la Sociedad Argentina de Pediatría está invitando a todos los médicos a una charla abierta virtual sobre el tema vacunas en menores. Y estará la “mejor vacunóloga argentina”, la doctora Angela Gentile, varias infectólogas, y el director científico del laboratorio Moderna. Me pregunto: ¿cuándo, en mis ateneos, venía un laboratorio o un jefe de laboratorio a exponer con la “mejor vacunóloga” de la argentina? ¿Qué va a decir él? ¿Qué la vacuna de Moderna tiene problemas?
– ¿Se está replanteando seguir siendo pediatra o dedicarse a otra cosa?
– Tengo algunas herramientas. Puedo seguir sanando niños. ¿Por qué? Primero porque tengo el conocimiento médico de tantos años de medicina, pero también sé meditación, que creo que tendría que ser una materia obligatoria en la carrera y en la escuela, y alimentación sana, e hice cursos de medicina ayurvédica… Tengo más herramientas. No me siento cómodo en un ambiente médico donde pasan cosas como estas: el otro día vi un niño con reflujo esofágico y el médico la había retado enfáticamente a la madre porque no había vacunado al niño. Entonces me pregunto: ¿no leen más? ¿Se encerraron en esto? Me pregunto también: ¿Cómo sigo en esta medicina tradicional? Todos mis colegas, o el 95%, dicen que hay que vacunar.
– ¿Es por una cuestión de comodidad? ¿De ignorancia?
– Creo que es una cuestión de miedo. Yo me siento incómodo dentro de la medicina tradicional porque me siento defraudado. Creo que los médicos tienen mucho miedo a la medicina legal, que alguien les caiga sobre algo.
– ¿Ahora también utiliza sus redes sociales para “despertar” a los padres?
– En mi Instagram al comienzo hablaba de cómo alimentar a un bebé naturalmente y tenía 800 seguidores. El día que se me ocurrió hablar de todo esto, tuve dos videos que tuvieron 40 mil vistas y pasé a tener 9 mil seguidores. Muchas madres se lamentan y me dicen ¿cómo le creo al médico si me recomienda esta vacuna? Estoy atendiendo gente que vive en Campana y me viene a ver a Mataderos porque está en la misma posición y me expresan que no se pueden atender con nadie.
Fuente: La Prensa