SALTA – POR ERNESTO BISCEGLIA
Fueron tres jornadas de lucha intensa, donde la sangre fraguó el más importante derecho de un ciudadano: el del sufragio libre, secreto y universal. Eran los tiempos de la Argentina moderna incipiente cuando los fundadores de la “Unión Cívica” derrotaron al conservadorismo fraudulento.
De todos los derechos cívicos de que goza un ciudadano en el pleno ejercicio de sus facultades políticas el sufragio es acaso la presea más avaluada porque representa el resumen de todas sus aspiraciones y esperanzas.
Bien enseñaba Félix Luna que “Un pueblo que no sabe a quién vota, qué vota ni para qué vota, no tiene destino”, cuánto más entonces aquel estado de situación de fines del siglo XIX cuando los ciudadanos ni siquiera votaban en “estrictu sensu” ya que el voto era cantado y por lo tanto fácilmente bastardeado.
En los establecimientos industriales como en las estancias era costumbre que el domingo en que se celebraba el acto electoral el patrón juntara como reses a los peones, los subiera a un camión luego de retenerles su libreta cívica y los llevara a “votar”. No ejercían su derecho porque ese patrón llevaba las libretas a la mesa simplemente para que fueran selladas. Al regreso se cumplía con la tradicional costumbre argentina de hacerles un asado. El presidente de la Nación no salía de la voluntad popular, obviamente.
En esto radicó la lucha de aquellos hombres como Leandro Nicéforo Alem, Hipólito Yrigoyen y tantos más que tomaron las armas y se levantaron contra el régimen. Como signo distintivo utilizaron boinas blancas que eran las únicas que había en venta y que quedaría como emblema del radicalismo.
Fueron vencidos por las armas pero el gobierno terminó derrotado en sus aspiraciones de continuar manejando la voluntad popular. En 1912 el presidente, Roque Sáenz Peña, promulgaría la Ley que consagraba el “Sufragio universal, secreto y obligatorio”. Ese documento permitiría que llegara a la presidencia de la Nación Don Hipólito Yrigoyen en las primeras elecciones limpias y que verdaderamente reflejaban el sentir de la mayoría de los ciudadanos. Se había conseguido la conquista cívica más importante del siglo XX.
Sin embargo, el triunfo no era completo porque el voto no era universal ya que excluía a las mujeres y no sería hasta 1947 cuando bajo el imperio del peronismo, Eva Duarte de Perón, anunciara con aquellas palabras: “Tiemblan mis manos ante la palma que representa la victoria. Esta tarde el Poder Ejecutivo me ha entregado el decreto que consagra los derechos políticos de la mujer”. Recién entonces aquella lucha iniciada casi seis décadas antes se perfeccionaba.
Por una rara coincidencia de la historia, el mismo día en que ocurrió la Revolución del Parque, un 26 de Julio, pero de 1952, fallecía Eva Duarte de Perón.-