El poder de los medios masivos para instalar discursos de odio

Desde el intento de asesinato a Cristina Kirchner, decenas de voces mediáticas se concentraron en multiplicar el odio en sus formas más abrasivas: machiruleadas, banalización y el tratar de convertir al intento de magnicidio contra la Vicepresidenta en un circo mediático bizarro para, obviamente, subestimarlo

Hace unas semanas, esta cronista escribió una nota titulada “El regreso de los chongos”: un breve racconto acerca de cómo, en un contexto postpandémico de auge de discursos neofacistas, se legitiman con más fuerza en los medios y en ciertos espacios políticos bajadas de línea de fuerte impronta misógina. Relatos que, tal vez en años anteriores, durante el auge de la masividad de movimientos feministas como el Ni Una Menos, no se hubiesen habilitado con tanta liviandad. El intento de asesinato contra Cristina Kirchner, que conmocionó al mundo y se sintió como una estocada brutal a los derechos humanos y a la democracia, dio rienda suelta a más de lo mismo.

Este hecho escalofriante -su gesto cuando le gatillan la cabeza pasará a la historia como una imagen extremadamente perturbadora- dividió a la opinión pública en dos. Por un lado, quienes argumentaban que es síntoma de años y años de discursos de odio dirigidos hacia la Vicepresidenta particularmente -y más en general al peronismo-, donde medios y dirigentes trataron de instalar nociones como “nosotros o ellos”. Además, quienes reclamaron que los propagadores de estas arengas tienen que hacerse responsables, también señalaron que no faltaron manifestaciones protagonizadas por referentes kirchneristas en féretros, ahorcados o decapitados; como también titulares que buscaban sistemáticamente humillar y deshumanizar a CFK desde la legitimidad que dan las “voces autorizadas” del periodismo, que buscan transmitir una supuesta objetividad.

Por otro lado estuvieron quienes, como Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich o Amalia Granata, parecían más preocupados por el feriado que por esta escena, que rápidamente calificaron de montaje. Como si fuese el resurgir de la teoría de los dos demonios, sostuvieron que hubo violencia “de los dos lados”, evadiendo el poder a la hora de instalar nociones violentas que tienen medios masivos como Clarín, La Nación y Radio Mitre. Algunos discursos más radicales, manifestados en las redes sociales, tenían ecos inmediatos de frases golpistas como “Viva el cáncer”, con el que enemigos de Evita y la justicia social celebraron la enfermedad que acabó con la vida de esta líder popular, (como si su muerte pudiese borrar la pasión popular hacia ella y su legado). Y, sobre todo, se trató de afianzar la idea de que Sabag Montiel es “un loco suelto”, “un lobo solitario”, como estrategia para correr el eje del debate acerca de los discursos de odio.

A su vez, como mencionamos anteriormente, este hecho dio lugar a todo tipo de machiruleadas. Desde Martín Tetaz, que quiso mansplanear a la periodista Luciana Geuna, restándole importancia a este atentado, -tras lo cual ella le frenó el carro inmediatamente-, a Javier Milei intentando someter discursivamente a Cecilia Moreau tratándola de “presidente”. Esta escena se hizo viral por el rápido revés de la titular de la Cámara Baja, que dejó en evidencia las torpes intenciones de este referente neoliberal, refiriéndose a él como “diputada”.

La rápida banalización de un hecho gravísimo

Sin embargo, la máxima banalización de este atentado tuvo lugar en programas de chimentos, en canales como Crónica y en diarios como Clarín. Joaquín Álvarez, conductor de Nosotras a la Mañana, por ejemplo, se divirtió entrevistando a una conocida de Sabag Montiel donde la señaló como una amiga de él, algo que ella desmintió rápidamente diciendo que es simplemente una conocida. En este episodio, los panelistas dejaron ver un rastro de sorna hacia ella por ser TikToker y tener una estética por fuera de los parámetros convencionales, y trataron de ahondar en la noción de que este hombre es un loco que se rodea de gente “rara”. El valor periodístico de esta escena es más que cuestionable: ¿qué tiene que ver una conocida de Sabag Montiel con su intento de magnicidio? Evidentemente nada, pero funciona como un ardid para lumpenizar esta secuencia y revestirla de un aura de impulsividad e inestabilidad mental.

Podemos hacer una lectura similar de la noticia de Clarín “Porno en las redes, alter egos virtuales y un falso suicidio: quién es Brenda Uliarte, la novia del autor del atentado a Cristina Kirchner”, donde la periodista Bárbara Villar hace un “perfil” de la novia de Sabag Montiel. Sin dudas, este título remite al infame titular “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”, donde este mismo diario estigmatizó y básicamente justificó el feminicidio de Melina Romero, en el 2014, describiendo su vida sexual desde una mirada pacata y caracterizándola desde una impronta fuertemente clasista.

Ocho años después, en el caso de la nota de Brenda, Clarín sigue manteniendo una línea similar. En el artículo, en vez de atenerse al vínculo entre ella y el Montiel, hay un claro goce en calificarla como una fantasía por ser trabajadora sexual, lo cual la posicionaría en un lugar de desacato digno del escarnio público. Sobre todo, por ser “otra loquita”, lo cual va en sintonía con la construcción que hacen de quien intentó asesinar a CFK. Obviamente, dentro de esta lógica, ser trabajadora sexual sería algo degradante. No faltaron, obviamente, las fotos de ella semidesnuda, para recalcarlo. A su vez, esto se refuerza no solo desde el título clickbaitero, sino también al describirla como una mujer supuestamente corrida de eje porque tenía demasiados alter egos en las redes o usaba pelucas. Por otro lado, se tematiza su falta de recursos económicos alrededor de una imaginería que, de nuevo, nada tiene que ver con el hecho que involucra a CFK.

En síntesis: machiruleadas, banalización y el tratar de convertir al intento de magnicidio contra la Vicepresidenta en un meme y un circo mediático bizarro para, obviamente, subestimarlo. Instalar la idea de que Sabag Montiel es un loco suelto como táctica neoliberal para individualizar este hecho y despolitizarlo. La línea de lo aceptable no deja de correrse: ¿cuánto más vamos a soportarlo?

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