- Por Gregorio A. Caro Figueroa
Poco antes de fundar la ciudad de Salta, Hernando de Lerma y el puñado de hombres que lo acompañó en aquella empresa, dudaron sobre la elección del sitio donde se plantaría esa nueva población, una de las 250 que sembró y echó raíces en la América española.
Para unos, el territorio Calchaquí era el que ofrecía más ventajas por mayor cantidad de pobladores nativos. Eran más, pero algunos olvidaron o ignoraban que también eran los que más resistían los avances de los colonizadores.
Para otros, el Valle de Salta ofrecía más ventajas: abundancia de tierras fértiles, de agua, pastos, huertos, más cómoda y mayor cantidad de poblaciones originarias no beligerantes o de “indios amigos”.
En este Valle de Salta, señaló un cronista, crecían maíces “más altos que un hombre de a caballo”. La diferencia de opiniones quedó resuelta por el voto de los futuros vecinos, extraño y posible único caso de una decisión por votación.
Nueve meses antes de llegar a Salta procedente de Santiago del Estero, sede de la Gobernación del Tucumán, Hernando de Lerma dijo que convenía que esa población se asentara en el Valle de Salta, que es camino por el que se comercia y va al Perú desde las poblaciones al Norte del Río de la Plata.
En ese camino y en este Valle, añadió el fundador, “hay tierra fértil y abundante y de muchos aprovechamientos y buenas esperanzas”.
Por la diferencia de un voto, dicen los documentos, el Valle de Salta fue elegido para erigir en el centro de la naciente ciudad, el hito fundacional, el que era a su vez el “rollo” o picota donde se ataban y exponían a los delincuentes para “vergüenza pública”.
Pocos años después, uno de aquellos españoles que acompañó esa y otras fundaciones escribió, a propósito de estas: “fundamos una ciudad / si es ciudad cuatro corrales”.
Aquel 16 de abril de 1582 participaron del acto fundacional 95 personas; españoles y criollos acompañados de “cientos de indios flecheros” y “amigos” que se sumaban a esa pequeña hueste.
Ese contingente marchó acompañado de 172 caballos de guerra, 475 bestias de carga, 2.630 carneros, ovejas y cerdos y 190 bueyes.
Cargado de críticas, errores, atropellos e injusticias, a Lerma se le reconocen dos rasgos diferentes en el mundo de los fundadores.
Uno de ellos: ser licenciado en leyes y no militar y hombre de guerra, como la mayoría de los fundadores. Otro: haber sido uno de los pocos conquistadores que “felizmente, perpetuó en instrumentos públicos todos sus actos”.
Un día como hoy de 1582, Lerma, licenciado en leyes y que entonces tenía 32 años, “con gesto enérgico arrancó con las manos un puñado de yuyos, desenvainó su espada descargando con su acero tres golpes sobre el suelo y, dirigiéndose a los españoles, criollos e indios que lo rodeaban, retó a duelo a quien se opusiera a la fundación”.
Esa descripción no está en un relato de ficción. Los gestos de Lerma no fueron dictados por su impetuoso temperamento: están fijados en el documento oficial de la fundación.
El desenvainar espada, golpear con ella tres veces la tierra y desafiar a duelo a quienes discreparan con el acto fundacional, tampoco era una teatralización de Lerma: todo eso estaba en la letra de las reglas del ampuloso ceremonial oficial español.