A muchas personas a las que se inoculan vacunas para la Covid-19 se les pegan luego imanes y objetos metálicos en los brazos. No es un bulo sino algo real y constatado. Oficialmente no tiene explicación porque se supone que no contienen material magnético ni pueden magnetizar las moléculas de hierro del cuerpo así que los vacunólogos y los autodenominados «verificadores» han optado por ¡negar el propio hecho! Les da igual que decenas de miles de personas -cientos de médicos incluidos- lo hayan comprobado e Internet esté plagado de vídeos que así lo constatan. Sin embargo es algo real y tiene al menos una posible explicación: que se usen en ellas nanopartículas magnéticas, especialmente en las vacunas ARN mensajero de Pfizer y Moderna. Y eso sería gravísimo.
Desde hace semanas circulan por las redes sociales noticias, fotografías y videos hechos en todo el mundo que muestran cómo en los brazos de las personas a las que se inyectaron vacunas para la Covid-19 se adhieren pequeños imanes y objetos metálicos. Es más, se ha observado que la zona está magnéticamente alterada. ¿Y pasa en todos los casos? Pues, sorprendentemente, no. ¿Y entonces? El sentido común indica que siendo así tiene que deberse a que no todas portan en su interior lo mismo, que unas llevan determinado material y otras no. ¿Un placebo quizás? Podría ser puesto que la posibilidad de que los laboratorios hayan podido fabricar tantos cientos de millones de vacunas en tan poco tiempo se hubiera considerado en cualquier otro momento de la historia algo completamente imposible. ¿Decidieron pues comercializar frascos llenos de simple suero salino u otro placebo? No es descartable porque hasta donde sabemos nadie controla lo que llevan. No existen controles públicos fiables de sus contenidos. ¿Por qué? Es una pregunta que tiene la misma respuesta de por qué la Organización Mundial de la Salud (OMS) prohibió nada más declarar la pandemia que se hicieran autopsias a los fallecidos: ninguna. Por otra parte, si el día de mañana los laboratorios fueran llevados a los tribunales por los daños causados -a pesar de que los gobiernos les concedieron una vergonzosa inmunidad legal- sus abogados podrían alegar que el demandante -o sus representantes si murió- deberían antes demostrar que recibió la vacuna y no el placebo. Están acostumbrados a argucias leguleyas de ese tipo.
En fin, el caso es que ante la imposibilidad de dar una explicación racional admisible los vacunólogos y los autodenominados «verificadores» optaron por algo insólito: ¡negar el propio hecho, negar las evidencias! Su respuesta fue inmediata y tuvieron la caradura de afirmar sin más que se trataba de ¡bulos! Los «verificadores» de Reuters decían por ejemplo el 17 de marzo: «Fact Check-‘Magnet test’ does not prove COVID-19 jabs contain metal or a microchip (No hay pruebas de que las inyecciones para la Covid contengan metales o microchips) aseverando luego que todos los videos colgados en internet que mostraban imanes adheridos a los brazos de personas vacunadas eran ¡falsos! Explicaron para apoyarlo que las vacunas no contienen metales pesados, que ni siquiera el mercurio y las sales de aluminio -tóxicos sí presentes en otras vacunas- tienen propiedades magnéticas y que no puede deberse a que interactúen con las moléculas de hierro de la sangre agregando como «argumento» la estupidez de que “el hierro de la sangre en combinación con el agua es la base del funcionamiento de los escáneres de Resonancia Magnética”. Y decimos estupidez porque los aparatos de resonancia magnética se basan en la acción de un intensísimo campo magnético sobre el spin de los protones de hidrógeno de las moléculas de agua. No tiene nada que ver pues con el hierro de la sangre. El resto de sus «sólidos» argumentos científicos fue la opinión de un médico que dijo no haber observado en él ese magnetismo cuando le vacunaron y el lapidario veredicto de un representante de Pfizer que aseveró que su vacuna no contiene sustancias metálicas. En cualquier caso obsérvese que los autodenominados «verificadores» nunca niegan lo que se denuncia sino que califican de «bulo» todo lo que les contradice alegando simplemente la expresión «no hay pruebas de que…» lo que sea. Así podrán alegar el día de mañana que ellos basaron sus aseveraciones en «los datos que tenían». Pura manipulación.
En España, por ejemplo, las web de los medios de comunicación que apoyan y promocionan las vacunas -casi todos pero en el ámbito de los supuestos «bulos» especialmente Maldita.es, Newtral, VerificaRTVE, EFE Verifica El Español, El Mundo y la Cadena SER- también aseveran que “ni las vacunas llevan ‘metales pesados’ ni están compuestas por materiales con propiedades magnéticas”. Lo llamativo es que lo hacen siempre apoyándose en personas y entidades financiadas total o parcialmente por los fabricantes de vacunas cuyas opiniones no son pues neutrales; como la Asociación Española de Vacunología, los colegios médicos y muchas de las consideradas sociedades «científicas», todas ellas históricamente inmersas en conflictos de interés.
En suma, quienes niegan el fenómeno magnético de las vacunas se apoyan -explicaciones absurdas aparte como la de que solo se pegan en la piel de las personas que tienen mucha grasa corporal obviando que se «pegan» igualmente con la ropa puesta- en un solo argumento: la relación de componentes declarados oficialmente por los fabricantes de las distintas vacunas para la Covid-19, especialmente Pfizer, Moderna, AstraZeneca y Janssen que son las que se comercializan en España. Y es cierto que declaran no llevar «metales pesados» ni partículas magnéticas -¿lo han comprobado las autoridades?- pero la pregunta es si declaran todo lo que llevan. Y es que la credibilidad de la industria farmacéutica, las agencias reguladoras de medicamentos y la propia OMS es muy escasa desde hace años.
EL EFECTO MAGNÉTICO
Una de las cosas que en cualquier caso más llama la atención es la gran cantidad de médicos y científicos -químicos, físicos, biólogos, etc.- que, con una seriedad rayana en la pedantería, desprecian las evidencias del efecto magnético de las vacunas con el falaz argumento de que «no hay relación alguna entre el magnetismo y la fisiología humana o animal». Es inaudito que estas supuestas «autoridades» -en distintas materias- ignoren aún que los humanos y los animales somos seres electromagnéticos, que en eso se basan muchos de nuestros modernos dispositivos de diagnóstico -desde un simple electrocardiograma o un electroencefalograma hasta un TAC- y que se llevan usando materiales de nanotecnología magnética desde hace más de veinte años en investigaciones médicas. Investigaciones que trabajan en el empleo de nanopartículas magnéticas como vehículos transportadores de distintas sustancias -desde péptidos y proteínas hasta nucleótidos- para llevarlas desde el exterior hasta el interior de las células. Y que esas nanopartículas -no detectables ni visibles salvo potentísimos y caros microscopios que están al alcance de muy pocos investigadores- sí podrían explicar la magnetización de los brazos de algunos vacunados. Es más, no es descartable que se trate de algo más: de nanotubos -sobre todo de grafeno- y de nanochips (y no de microchips como alegan los defensores de que todo son «bulos»). Un «nano»… lo que sea es mil veces menor que un «micro»… lo que sea.
Vamos a contarlo brevemente aunque para ello debemos explicar antes el significado de algunos términos científicos a fin de que puedan entendernos los lectores no versados en la materia.
Transfección. Se llama así a la introducción en el interior de una célula de partículas, moléculas, nucleótidos, proteínas, fragmentos de ADN o ARN o péptidos ajenos a ella haciendo que traspasen su membrana mediante nanotransportadores que hoy puede ser químicos, biológicos o físicos. Para ello se «empaqueta» lo que quiere introducirse envolviéndolo en nanopartículas que hasta hace poco eran solo lipídicas (liposomas) a fin de que al ser las membranas celulares, de composición fundamentalmente lipídica, no las consideren extrañas y permitan su paso. Los liposomas son pues minúsculas burbujas acuosas de entre 0,01 y 1 micra envueltas en una capa doble de lípidos y se usan desde hace unas décadas para penetrar en el interior de las células y liberar en su seno la carga que portan. Es la técnica de transfección más usada hoy para crear los organismos genéticos modificados (OGM) ya que si bien se intentó hacer lo mismo usando virus modificados el proceso de trasferencia de genes es más complicado. La transfección lipídica es de hecho el método que aseguran utilizar las actuales vacunas ARN mensajero de Pfizer y Moderna.
Impalefección. Se denomina así a la introducción del material en la célula pero atravesando directamente su membrana mediante nanoajugas o nanotubos de carbono o grafeno.
Magnetofección. Se llama así a la utilización de fuerzas magnéticas para introducir el material ajeno en las células; en este caso no se utilizan nanopartículas lipídicas o liposomas sino nanopartículas magnéticas entre las que destacan las SPION, nanopartículas-supermagnéticas de óxido de hierro de entre 1 y 100 nanómetros formadas por magnetitas (óxido ferroso-férrico de fórmulas Fe3O4, Fe2O3 y FeO). Y recordemos que 1 nanómetro es la milésima parte de una micra y ésta la milésima parte de 1 milímetro por lo que un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro. En pocas palabras, una nanopartícula supermagnética mide entre 1 y 100 nanómetros cuando una célula normal mide 10.000 nanómetros (10 micras). De ahí que no sean precisamente fáciles de detectar salvo que se cuente con sofisticados aparatos que no están al alcance de la inmensa mayoría de los médicos, biólogos, farmacéuticos y genetistas teóricos.
EL USO DE NANOPARTÍCULAS MAGNÉTICAS
Estamos hablando, en suma, de métodos e investigaciones que no están al alcance de cualquiera, que requieren sofisticados medios y conocimientos técnicos y tecnológicos y, sobre todo, mucho dinero. De ahí que lleven tan poco tiempo investigándose y sean además escasos los trabajos publicados. Vamos pues a hacer un somero repaso de algunos ya que ello permitirá al lector hacerse una mejor idea de sus posibilidades, reales o convenientemente exageradas. Obviamente centrándonos en el método de la magnetofección que es el que nos interesa dada la razón de este artículo.