Un grito ahogado, sin sonido, y sin eco
Por Juan Carlos Quiroga
Abril de 2021
No aprendemos, hay algo que socaba la visión de conciencia, y la mantiene en la
oscuridad, nos mutila el sentido de la proyección general del contexto. ¿por qué digo
esto? Porque vivimos inmersos entre palabrerío decorativo, y de difícil comprensión
etimológica, para enmarcarnos una serie de conductas sociales, que enmascaran
ignorancia y trasgresiones.
La base de todo, de la cual todavía no aprendemos, y seguimos dando de cabezazos a
las paredes, es un axioma de más de dos mil años, “eduquemos a nuestros niños y
evitaremos castigar a los hombres”, y quizás esto se concatene con otros pensamientos
transcontinentales parecidos de igual profundidad, como otros milenarios de origen
tibetano “No sirve aplicar la ley si no explicas su origen”, y hasta el uso de los “amautas”
en el imperio Inca (la trasmisión de las conductas en versos), o quizás uno de los mejores
ejemplos el libro más antiguo trasmitido en versos perfectos el Mahabhárata.
¿Qué sentido tiene la intimidación a cumplir una regla? Como la del marqués de
Beccaría, en el siglo XVIII, en el inmortal “de los delitos y de las penas” al decir: “No es la
crueldad de las penas uno de los más grandes frenos de los delitos, sino la infalibilidad
de ellas… La certidumbre del castigo, aunque moderado, hará siempre mayor impresión
que el temor de otro más terrible pero unido con la esperanza de la impunidad, porque
los males, aunque pequeños, cuando son ciertos amedrentan siempre…”. El castigo para
obligar a algo que debía ser aceptado como convivencia social, ¿o acaso no era aceptado
porque provocaba alguna incomodidad, que la pereza de revisarla, la traslada a la
penalidad?
Nuestra ceguera contextual se pone de manifiesto, cuando traemos ejemplos históricos
de reglamentaciones, sin implicar el ambiente social de época, en 1944, Perón buscaba
insertar a la Argentina en el nuevo orden posterior a la Segunda Guerra Mundial y -en
paralelo- responder a los problemas derivados de la “cuestión social”.
En un abrir y cerrar de ojos creó la Justicia Nacional del Trabajo, reorganizó la Secretaría
de Trabajo y Previsión -llevándola a todos los rincones del país-, atendió a los
trabajadores del campo -eliminando conchabos, vales y cuasi monedas- y, potenció a los
sindicatos. Todo esto fue enmarcado en una sociedad que no tenía televisión, celulares,
ni estaba informatizada, los argentinos nacionalizados, inmigrantes, buscaban trabajar
en oficios “duros”, industria metalúrgica, maderera, minera, etc. Y buscaban trabajar
lealmente, algo que las décadas posteriores fueron degradando progresivamente, la
desindustrialización del país, junto a las privatizaciones, la degradación del sistema
educativo (que experimentó con el EGB, un fracaso en Europa), la informatización
incontrolada de los sistemas de impuestos, la aturdida comunicación de noticias y datos,
a través de celulares, televisión internet, satélites, hizo que hubiera un cambio social
profundo que aún no digerimos. Alvin Toffler en su libro “La tercer ola” anticipó que en
el futuro, no muy lejano (hoy), se iba a requerir una mente más que un músculo en el
trabajo, lo que le falto decir es que las leyes de trabajo de 1940 iban a ser impracticables
en esta época, algo que la generación de mayores no entiende o usa a su favor para
pasarla bien.
Argentina esta apretada, desde los 70, por ocultos tratados leoninos, por lobbies
internacionales, que no son parte de ninguna teoría conspirativa paranoica, como
argumentan algunos que viven en una realidad implantada por su propio escapismo,
simplemente son “optimización de ganancias” (John Perkins). Un territorio rico y
abundante donde sus habitantes están sumidos en la pobreza y autoritarismo, por falta
de conocimiento, hoy la educación nos deja una generación, que desconoce el trabajo
genuino y leal, tanto en los trabajadores como en los empleadores, décadas de
gobernación inútil, transformaron a los jóvenes, hoy aturdidos y desorientados, en
nómades sin metas; las leyes laborales, los sindicatos, no tienen sentido, un joven de
hoy con un celular puede ganar plata virtualmente, con muchos métodos, bróker de
bolsa, tienda virtual, etc. Un ámbito donde la paradoja entre lo virtual y material se tensa
y es campo de siembra para los robots, ¿por qué digo esto? Porque el sistema financiero,
que, en su especulación virtual, ajeno a una economía basada en los recursos, que crea
números desde un teclado hacia un algoritmo, derrumba industrias dejando empleados
humanos en la calle, por diferentes repercusiones de mercado, y lo hace a la velocidad
de un “clic” o “touch”, llevando al desempleado a buscar sustento en oficios lejos de
sistemas productivos o transformadores de materia prima, oficios de administración,
intermediario, revendedor, u otros.
El sistema financiero se muerde la cola, desequilibrando el intercambio social, libros que
invitan a hacerse rico con inversiones, renta por plazos fijos inmobiliarios, cursos y
grupos sociales para manejar grupos de inversión en bolsa, una ganancia que depende
de la producción real para mantener el consumo, ¿qué pasaría si todos los repartidores
de los sistemas de reparto (Delivery), pasaran a ser inversionistas, intermediarios o
vendedores? Una comparación extrema y absurda, para darnos cuenta que los robots
están listos para reemplazarnos, drones, sistemas automatizados, sin ir muy lejos la
firma AMAZON esta probando drones para su sistema de repartos, el armado de
motores (eléctricos o de combustión) cada vez tiene más robots automatizados, y somos
nosotros mismos los que proponemos el cambio, perdiendo la visión del contexto actual
e histórico, no adecuando nuestros reglamentos ante un progreso informatizado que
atropella nuestros análisis.
Simplemente la comodidad de lo inmediato no nos permite ver lo trascendente a futuro,
quedando frente a frente en un grito mutuo de argumentos personales, confrontados,
sin sonido, silenciados por los algoritmos de redes sociales en internet.
Argentina – Hablan los ciudadanos…
