Triste el destino de los pobres. Una joven wichi murió en Pichanal sin aspirar a otro lujo que ser llevada en un modesto cajón de madera, en la caja de una camioneta facilitada por un vecino ante la negativa de los funcionarios del municipio, que poniendo el “no” por delante, les cerraron a los familiares las puertas en la cara.
El cementerio les quedaba lejos para llevar el féretro a cuestas. Los cadáveres claman por sepultura. No puede un cuerpo inerte esperar sin descomponerse a que se despabilen las buenas voluntades de funcionarios que reciben sus sueldos del erario público. Se olvidaron de la función de servicio que deben cumplir. No tienen humanidad. Lo más despiadado de las sociedades es ir asumiendo como normales esas actitudes de los (in) servidores públicos de turno. La falta de compasión es espeluznante y peor es la soberbia, “esa discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.
El periodista Matías Saracho, conmovido con la escena, cubrió el momento. Los vecinos se expresaron: “Pedimos ayuda en la Municipalidad para llevar a la difunta a las 9 de la mañana al cementerio pero mire la hora que es (por la tarde) y tenemos que llevarla así porque el intendente Sebastián Domínguez nos ignora. Intendente, gracias a los originarios usted está en ese puesto y que todos se acuerden lo que usted está haciéndole a la gente. Los pobres no tenemos recursos, por eso le pedimos ayuda, no es por gusto. Pedimos el camión a la Municipalidad y nos dijeron que la rueda estaba rota, que no había otro vehículo, que todo esta echado a perder”, dijo muy enojada una mujer.
Otro vecino dijo: “vamos caminando detrás de la difunta con dolor y orgullo. Somos originarios y creo que el intendente debería tener más respeto y consideración por las personas. Siento dolor y orgullo con lo que estamos haciendo”. El Tribuno
