Terminar con gloria o ser vasallo de la iniquidad

Por: Ernesto Bisceglia

Vivimos en un país que ha hecho de la mediocridad su causa eficiente. Se ha perdido toda aspiración a la elevación cultural. Por eso los resultados económicos son insuficientes.

Es un país regido por pandillas sin bagaje académico ni solvencia espiritual. Simples villanos ávidos sin otra aspiración que llenar su bolsa rápido y sin esfuerzo.

Saqueadores seriales de la cosa pública. Adulteradores expertos de la verdad. Ministros de la Fe reducidos a beduinos del Sagrario.

Ésta es la cáfila que gobierna a un país extraordinariamente rico, fascinantemente bello, desgraciadamente tan extenso, tanto, que permite el derroche de sus recursos.

El argentino es un pueblo honesto, solidario, y patriótico, aunque a este último sentimiento se hayan ocupado de desvanecerlo. Un pueblo pacífico y excesivamente tolerante pero perdido en su destino.

Un pueblo que tiene el ayer por presente y el presente por futuro. Por eso no termina de encajar en su destino.

Es un pueblo de espíritu bravío, pero adormecido por las clases dominantes, generalmente incultas y de índole cipaya. Sus gobernantes repiten el síndrome rivadaviano de la entrega. Dicen luchar contra las oligarquías terratenientes, históricamente aliadas de las potencias foráneas, pero continúan entregando miserablemente a la Patria.

En Salta, la última experiencia política generó una nueva oligarquía, la de los enriquecidos a costa del Estado y en el colmo del escarnio, su jefe partió al exilio dejando a un pueblo abandonado a su suerte.

La historia tal como  la conocieron todos se termina ahora, en unos meses. El mundo cambia y el dolor de ese parto lo pagará el pueblo que no está preparado para una resiliencia inmediata.

Mala combinación para enfrentar el Nuevo Orden. Dirigentes y funcionarios de cartapesta, curas fallidos, sindicalistas ahora sin sindicatos, empresarios quebrados, funcionarios inoperantes, pueblo ignorante.

Pero hay salida. Estrecha, porque no es de emergencia. Hay líderes locales, aquí y allá, en el país. Pero su mayor desafío en esta hora álgida es elegir a los mejores -que también los hay-, reordenar las líneas, rezar al Dios de los corazones (San Juan Pablo II dixit) y reivindicar la honestidad de procedimientos y honrar la inteligencia.

No es fácil, hay demasiado sátrapa anidando en la burocracia oficial, pero es posible.

Quizás se vaya la vida en el empeño, pero es mejor terminar con gloria que haber servido como gobernante a los intereses de los bandidos.

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