Una historia de héroes civiles no muy difundida

Por el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas se dieron a conocer particulares historias que rondan a los protagonistas, pero también hay narraciones de aquellos estuvieron muy cerca de los héroes. Acá, contamos una, de Mario Zabala.

Abril de 1982, En Río Gallegos, un grupo de pilotos escucha el briefing metereológico para otro vuelo del puente aéreo establecido a las recientemente recuperadas Islas Malvinas. La tripulación del Hércules de la Fuerza Aérea recibe los datos de viento en superficie en Puerto Argentino, y la velocidad excede el máximo que el avión soporta, no hay forma de aterrizar esa mole en tan corta pista.
Al fondo, un civil empieza a levantar la mano. Su compañero, otro civil, lo mira como pidiéndole que se quede en el molde. Sin embargo, la mano se extiende entera, y junto con ella, Eduardo Blau, civil, comandante de Boeing 737 de Aerolíneas Argentinas, dice “nosotros podemos ir”.

La pista de Puerto Argentino medía 1250 metros de largo.
Las condiciones climáticas no eran ni por asomo las ideales. La zona de espera de los aviones era sobre la turba helada. No hubo un solo incidente operacional.
No se pinchó ni una goma.
Las tripulaciones operaron en un ambiente marginal, con condiciones extremadamente complicadas, sin ninguna protección legal.
No había seguro para pilotos civiles en zona de guerra. No importó.

La participación de Aerolíneas Argentinas en el esfuerzo logístico de la guerra por nuestras Islas Malvinas es una de las páginas menos contadas de su historia. Y sin embargo, una de las que mejor retrata lo que Aerolíneas es: sacrificio, voluntad, sentido de pertenencia. Amor por lo que se hace y por lo que se es. Cuando fueron convocados para colaborar, ya habían empezado a planificar por su cuenta.

Desde los Boeing 707 que salían a peinar el Atlántico para reportar la posición de la flota Británica cuando venía para el sur y se bancaron las escoltas y amenazas de los Harrier, pasando por los mismos 707 que fueron y volvieron a Libia e Israel a buscar toneladas de armamento y municiones, y por los 737 que saltaron entre Río Gallegos y Puerto Argentino 89 veces, llevando 6500 soldados y 400 toneladas de suministros.

Las chanchitas fueron y vinieron al límite de su peso máximo de despegue, con la instrucción de tardar menos de 15 minutos entre aterrizaje y despegue, desembarcaban a los soldados y la carga en menos de 10. Los pilotos hacían cuatro vuelos por día, y junto con los pilotos había un equipo de mantenimiento, soporte de operaciones, técnicos, despachantes, operadores de plataforma que dio lo mejor de sí.
Entre el 11 y el 29 de Abril de 1982, se realizaron 89 de los 92 vuelos programados.
110 soldados por vuelo, a 130 kilos por cada uno, sumándole el equipo. Sin combustible de más: lo justo y necesario para el ida y vuelta. Un kilo más de combustible era un kilo menos de leña para las cocinas de campaña.

Cuando empecé a escuchar estas historias sobre los vuelos de Aerolíneas, me di cuenta que no sólo se podía ser héroe desde la cabina de un A-4 o un Mirage.
Hoy, las tripulaciones de estos vuelos son considerados veteranos de guerra. Al igual que el Escuadrón Fénix son soldados de alma.
Son guerreros desde el corazón. Como los soldados que quedaron allá. Como muchos de los que volvieron. Hay otros que no estuvieron a la altura, pero no merecen más que estas líneas: ansío que haya un infierno particular para esa gente. Lo merecen.

Por Mario Zabala

Ultimas publicaciones

Comentarios

Social Media Auto Publish Powered By : XYZScripts.com